Eduardo Añorve

Nací en 1961, en Acapulco, y volví a renacer en Cuajinicuilapa, el siguiente año. Todavía no sé dónde voy a morir; ni el año.

José Emilio Pacheco me firmó y regaló un libro suyo; en ese momento, el último publicado por él: El silencio de la luna. Era el año de 1997.

En 1992 la revista Tierra Adentro publicó un poemita mío, que en ese tiempo se titulaba Un reloj. [Sospecho que ahora no lo publicarían ni aunque les pagara.]

Admiro la poesía de Bertín Gómez, precisamente sus primeras canciones- poemas, como El pájaro Cardenal, Vida de campesino y Yola. Tengo en proyecto escribir un ensayo sobre esa parte de su obra, titulado La poesía prístina de Bertín Gómez.

En 1998 me adjudicaron el premio estatal de poesía del estado de Guerrero “María Luisa Ocampo”, distinción que pretendía con enjundia el poeta y académico NOÉ BLANCAS, quien obtuvo el primer lugar del certamen de cuento —en la ceremonia de premiación, me gané su reconocimiento.

Para abono de mi honra y pudor poéticos, Editorial Trinchera publicó el folletín de mi factura,intitulado Hijo de la ruptura, en 2013; allí también fue incluido el poema Joe Pass interpreta un blues mientras Georgia se desenamora.

Contra mi voluntad, mis poemas han sido “antologados” en varios libros y revistas; aunque mi peor “aparición” editorial ha sido en el memorial de un encuentro de narradores y poetas realizado en Atoyac de Álvarez —de la cual no quiero ni acordarme porque allí se me atribuyen los versos del magnífico poeta que es el TUERTO LÓPEZ, los cuales utilicé como epígrafe−, casi casi tan fatal como la inclusión de unos poemitas míos en una revista de Zinpantzingo, llamada Amate: 18 errores en dos páginas; o (dicen lenguas no venéreas) mi “inclusión” en un libro inexistente a cargo de un poeta y crítico de renombre entre sus cuates, de las iniciales JGS.

Catorce años después, los funcionarios del Instituto Guerrerense de la Cultura de antes pretendieron incluir la sección Don de la muerte, ganadora del premio estatal en 1998, en una antología, pero no lo consiguieron ni con amenazas.

En 1992, el poeta ÓSCAR OLIVA dijo que mi poemario Preceptos de juglaría contenía poemitas “perfectos, redondos”, cuando tenía como título Instruccionario —o algo así—; al año siguiente, todos ellos habían cambiado. En el ínter, los publicaron en Toluca.

RAMÓN YRIGOYEN, JAVIER SALVAGO y FÉLIX DE AZÚA son poetas que admiro, y que desearía imitar si tuviera tiempo, o firmar algunos de sus poemas — lo digo sin visos de cinismo.

Pero tengo amigos que sí son poetas. Y critico más de lo que escribo —y los criticados se fijan mucho en ello, y critican de mí que no escribo sino que critico−. Aclaro que critico por escrito.

Ahora, en 2020, pienso poemas que no concreto en ningún soporte, y que se olvidan.

Post Final: Antes de morir, en 1994, el maestro JOSÉ ANTONIO ALCARAZ, en un genuino acto de generosidad, convirtió un poemita de cinco líneas —nueve palabras: Oración del poeta satisfecho— en un espectacular canto coral.

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