Cabello corto, sobre los ojos, lacio, muy lacio. Mirada inteligente. Narradora apasionada y sensible. Visionaria, lúcida, sabía poner la escritura en su lugar preciso, sin fuegos artificiales. Nació en la Ciudad de México, el 3 de febrero de 1944; murió el 25 de diciembre de 2004. Narradora. Colaboradora de El Universal, La Jornada, La Plaza y Unomásuno. Becaria del SNCA, 2001. Premio Xavier Villaurrutia 1983 por Pánico o peligro. Premio Juan Ruiz de Alarcón 1996. Tras la muerte de su madre, pasó su infancia en Acapulco, Guerrero y su adolescencia en Mazatlán, Sinaloa. Después de residir en la Ciudad de México, decide trasladarse a vivir en una casa en un bosque a orillas del lago de Zirahuén, en Michoacán.
Todas las imágenes pertenecen al Archivo María Luisa Puga
Colección Latinoamericana Nettie Lee Benson.
Acapulco y María Luisa Puga
A Yolanda García, quien me dijo que tenía que leer este libro.
Brenda Ríos
En 1987 se publica por primera vez La forma del silencio en Siglo XXI. Es una novela extraña. Una novela de carácter autobiográfico que toma como punto de partida dos temas que serán el péndulo en todo el texto: la infancia y juventud de ella y su esposo. Ella en Acapulco y el esposo en la colonia Anzures, en la Ciudad de México.
Más que novela es un tanteo de recuperación documental. Un ensayo extendido con diálogos entrecruzados, con personajes constantes, miembros de la familia, amigos, acontecimientos.

Un ensayo sobre los espacios y los ruidos, los distintos tipos de luz, de maneras de hallar el silencio, en esa memoria que va atrás-adelante-atrás y se cruza con la invención y la verdad.
La infancia es un terreno peligroso. Porque no se sabe qué tanto uno debe hurgar para estar “tranquilo” o eso sospecho, puedo equivocarme como lectora.
Un lector es un voyeur de la experiencia otra. Estamos donde pudimos haber estado pero no estuvimos de hecho. Los primeros años de la autora los pasa en Acapulco a donde pasará la mayor parte de la infancia con un leve intervalo en el DF donde el papá la pone a ella y a lar hermana a vivir en distintas casas; regresará al inicio de la pubertad un periodo más. Luego, de manera abrupta casi al final del libro remata que no recuperó Acapulco: la abuela había muerto y la casa había sido vendida, como el mismo puerto. Y cierra el expediente casi con brusquedad o violencia, aun si no fuera su intención.

Hay pasajes bastante descriptivos y extensos sobre Acapulco y sobre el DF, quizá demasiado. No leí el libro de corrido, tuve que dejarlo descansar cuando llegué a la mitad. Es denso. Es como atravesar un túnel sin que veamos cerca esa luz que promete que vamos a salir pronto. Es estar a oscuras. Aunque hable de luz todo el tiempo estamos a oscuras porque se dice demasiado, y la escritura pesa. Es paquidérmica. Es noche de lobo, cerrada y absoluta como un bochorno. Incluso es cansado, debo confesar. Esa voz tan cierta y veraz cansa. Juzga a los políticos, al mexicano, al extranjero que tiene 24 años de vivir en el puerto yendo al mismo bar a la misma hora, diario, y que se niega a hablar español. Juzga a los que la rodean. Y es un dedo censor aun si infantilizado que marca el tono de lo que no tiene remedio en un país como este. De un desfile a la bandera en la Costera puede extenderse a narrar el espíritu hipócrita chauvinista, remolón mientras se lanza a contar que los niños que venden en la playa (que no participan del desfile porque no están en la escuela) no están incluidos en ningún discurso. A nadie le importan. Esa polarización de “esa gente” que tanto machacaba su padre erguido en quién sabe qué y la gente de “bien” como su padre pretendía que fueran ellos la hace notar lo invisible: los morenos, los trabajadores del puerto. La vida protegida en su casa, las mentiras que les decían para protegerla, los eufemismos de una crianza que busca mantenerlas, a ella y a su hermana, en algodones el mayor tiempo que se pueda con empleados en casa, con jardín y una terraza con vista al mar.
La madre muere cuando ella tiene unos cinco años. Ya están en la casa de su abuela. Y ella y su hermana pequeña se quedan ahí. el padre se va al DF y pronto se llevará a sus dos hijos varones. La familia volvería a reunirse años después por un corto periodo de tiempo. Ella y su hermana vivirían en la casa “prestada”, donde debían estar “agradecidas”.

Toda la novela (o la mitad de ella al menos) es la descripción de un puerto que aún tiene ese aire de pueblo pescador, pocas escuelas, y que los fines de semana (principios de los años 50) ya se llena de chilangos ruidosos. Hay un apartado donde dice que le caen mejor todas las personas que no se dedican al turismo en sí. La lata del periodo vacacional. Que los locales padecen pero que viven de eso y deben aguantarlo. El destino de servir a otros.
Entre ilusión y desencanto no tiene que contar sucesos históricos, pero se nota ya la profunda diferencia de clases, la crisis, la permanente crisis que azotará el país y que no lograría soltarlo nunca más.
Mientras, el sol e ir a nadar a la alberca del vecino, al club de playa, la abuela en una silla de lona viendo la tarde. Esa especie de equilibrio que uno guarda como parte del crecer. La luz por sí sola merece capítulos enteros. La voz de Puga es acaudalada. Lo que el puerto no tiene a ella le sobra: riqueza de expresión, un gasto espléndido, una voz a manos llenas, celebrando algo.

Hace muchos años me preguntaron cómo era crecer en Acapulco. En ese instante no supe qué decir, me quedé muda. No supe por dónde empezar. Quise decir que el olor a cloro es mi infancia: los balnearios, mis padres, las comidas fuera en domingo, el calor, la prisa de ir a la escuela, la rutina, el uniforme. Los primos. La luz, siempre la luz.
Por eso La forma del silencio es un hallazgo, es habitar de nuevo una casona con vista al mar, con ruidos de fondo, de cosas que se están haciendo, la vida doméstica, el menú del día siguiente, el señor que hace todo. El orden tan necesario para funcionar. El drama, invisible al fondo, como el mar que sabemos cerca pero que no vemos de noche.

María Luisa: Recuerdos familiares de un lector principiante
Alejandro Puga
