Orlando Mondragón

Foto: Nede Moguel

Ciudad Altamirano, 1993

Cuando se ríe los ojos se le hacen orientales. Quizá de ahí venga ese deseo de ser para su padre un hijo bonsái, hecho con ladrillos. Alcanza a ser de papel, de vidrio y se rompe con sus propios bordes. Su poesía habla de vulnerabilidad, de ver al padre derrotado por la edad y la enfermedad. El padre desnudo, entregado al cuidado del otro, bonsái mayor, el padre.


Muestra de obra


Recuerdo la primera vez

que mi padre se orinó en la cama:

un aroma de hierbas y vinagre

se agazapaba en el cuarto.

No quería que lo bañara.           No podía.

No había forma.

¿Cómo dejarse desnudar por su hijo maricón?

Su hijo

que deseaba los cuerpos de los muchachos

en las canchas de futbol y las piscinas,

que sentía placer adivinando la apretada hinchazón

de las braguetas.

¿Cómo dejarlo acercarse a él sin sentir todos los cuerpos

de los hombres tocados con lujuria,

todas sus manos?

¿Cómo taparle los ojos al acoso y al temor?

Lo dejé solo,

sentado en la tina del baño.

Cuando regresé me sorprendió verlo sin ropa:

se había desnudado.

La piel formaba pliegues como en una cortina,

como si ese traje,

                              el traje de huesos que era mi padre,

le quedara enorme.

Sólo sus costillas apretaban

la piel desde adentro, sólo sus clavículas

parecían romper su viejo cascarón.

Su pubis decolorado

                                       y triste.

Ahí estaba el tallo oscuro de su glande,

un molusco

                        brotando de su pelvis.

Su cuerpo, el cuerpo de mi padre,

era el de un hombre que se estaba muriendo.

Llegar con el labio partido

puede significar que tus compañeros

te hagan su presa con los ojos.

Puede significar también que tu padre

ha descubierto lo que dicen de ti en la escuela

y te ha dado una paliza

para que aprendas a defenderte.

Pero ¿cómo se defiende uno de las palabras?

¿Dónde se aprende a darles la vuelta,

                                             a desoírlas

para que no te despierten en la noche

ladrando los mismos insultos?

¿Dónde se esconde uno de ellas?

Si te descubren hasta en las paredes de los baños,

en las butacas del salón,

saben pegar tu nombre a un dibujo de penes,

a un dibujo de culos penetrados.

Si te persiguen

como un enjambre de abejas alborotadas,

correteándote por todo el camino

y se meten hasta tu cuarto

y se oyen por encima de la televisión,

por encima de la voz de mamá

preguntando cómo te fue en colegio,

y zumban,

                  zumban,

                                     zumban.

Uno termina por creerles,

por voltear a ver cuando alguien grita:          ¡joto!

en la calle.

Cuando ya es inútil disimular

ante la mirada incrédula de tu padre

porque lo ha visto todo.

El día que mi padre dejó de caminar

gritó mi nombre.

Solté lo que traía en las manos,

me acerqué corriendo.

Mi padre yacía con el cuerpo tendido,

incapaz de levantarse, secuestrado por el suelo.

Lo levanté,

                       me sorprendió lo ligero que era,

no me había percatado hasta entonces

cuánto había adelgazado.

Lo llevé hasta su cama en brazos.

Era tan pequeño, mi padre,

así, cerca de mi pecho,

tan frágil.

Fue como si hubiéramos volteado al tiempo

intercambiando papeles,

como cuando en los espejos

la mano izquierda se vuelve derecha.

Cuando lo dejé en la cama se sacudió un poco

y se enfrió mi sangre de golpe.

Yo pensaba que era una convulsión,

pero sólo estaba llorando.

Mi padre estaba llorando.

Creo que nunca antes lo había visto        

                                                 llorar.

Desearía regalarle a mi padre

un hijo que no esté roto.

Un hijo

               sin defectos de fábrica,

con piezas de repuesto para sus enojos,

hábil con los balones o las distancias.

Un hijo que pueda presentarles

una muchacha hermosa en la cena,

sin esta cruz de soledades en la espalda.

Un hijo pared

en el que pueda apoyarse sin miedo.

Un hijo bonsái

que crezca bajo su sombra.

Un hijo gato que no pierda el camino a casa.

Un hijo con todos los ladrillos que planeaste,        papá.

No este hijo de papel,

                                     no este hijo de vidrio

que se corta con sus propios bordes.

De Epicedio al padre (Elefanta editorial, 2017)