Diego Montes

Acapulco, 1989

Es de un Acapulco invisible al turista: un sitio flanqueado por su folclor y una fealdad tan lograda que se confunde con lo bello. Quizá por eso cree que todos los que preguntan por el camino a Bangkok llegan a Clipperton. ¿Qué más da a dónde ir si lo que importa es no estar ahí? En su poesía, como en el puerto, hay palmeras, huracanes, calamares y distintos paisajes húmedos.

Muestra de obra

Desde Bahía Clipperton

I

Una voz en la habitación
se asoma para ahuyentar la noche,
una palabra para cubrir el espejo de la llovizna,
así se forma una noche,
en la isla Clipperton.

Tu casa se desarma en el espejo
y mi mirada, sin ruidos,
despierta una pesadilla en la habitación
que sombría una ausencia,
en la ventana llueve, el camino
a Bangkok.

II

Decir Clipperton,
es encontrarte huyendo del ruido,
con los ojos oscuros, desarmo la palabra
y espero la llegada de un tal Bangkok,
con la brisa en los hoyuelos
y tu ausencia avanzando hacia el sur.

Ayer la noche,
con su vestido sacudió el viento,
lo arrojo a mi cabeza, al ruido de mi cuerpo,
me deja ciego, me viste de huracán,
me arroja al acantilado que brilla en tu costado
y me hace ruido en tu cuerpo dormido.

III

Decir Clipperton,
es desaparecer un poema,
en donde los calamares sueñan en ser
los eclipses de tu piel.

Aquí empieza la pesadilla,
volver a Bahía Esperanza,
al lado de las palmeras duermen nuestras sombras,
se enredan las manos y las calles duelen,
al ser sitiadas con amenazas,
vestidas de ruido.

Hay un silencio en tu piel,
recorre la grieta de mi mano,
hay una noche en tus oídos al decirte un mar,
una ola que seca la arena y resbala hasta la herida del poema
con su movimiento de alba,
me suenan los huesos cuando el ave apoya su pico en mis sienes
y no la siento cantar.

Sonrío al huracán de tu boca,
al perfume de la muerte en las avenidas
que empiezan en casa y terminan en tu recuerdo.

Me miras, como si de tus ojos dependiera mi piel morena,
como si de mi sonrisa dependiera otro ruido,
abres la herida con un beso,
con la piel marcada por la enfermedad,
decirte:
aquí acaba la noche,
con el mar de una ciudad que duele amenazada,
despierto repuesto de tu sonrisa,
de sal aguamarina.

Tengo en los ojos
los paisajes húmedos de tormentas,
de huracanes que se olvidaron en los caudales,
que rompieron las heridas
y las flores que se arrojaron por la ventana

DECRETO: BANGKOK

De Bangkok a la isla Clipperton hay una antípoda recta e inexistente.
Recuerda, antes de cruzar el camino, hay que voltear a ambos lados,
destruir las horas que caben en la mano y arrojar al mar las sandalias,
las rocas que se quiebran al encontrar un recuerdo.
Recuerdo, como fue un árbol quien me lastimo la espalda,
quien me cubrió los hombros y me olvido en un extremo del mar,
donde los vientos se cruzan y no se entienden,
todos preguntan por el camino a Bangkok
y todos los caminos llegan a Clipperton.

Retrato de Bangkok

De esta isla volveré solemne,
cubriré mi retrato, con la sequía de la gran ciudad.

Bangkok, pesadilla con la mirada triste,
vuelve con un disparo en sus pies
y su silueta se pinta en la entrada de una casa.

De un grito, devela el pecho doliente,
la ausencia del ruido,
donde cantan las pesadillas,
cuando el olvido presenta su llegada,
la sangre duele, cubre las grietas en la piel
y la voz hiere cuando calla.

Tienes la mirada sangre
¿hay alguien debajo de tu sombra?

Soy de Bangkok:
la enfermedad de una memoria.

Bangkok es una habitación sin palabras,
me grita en los remolinos de una playa
con su ropa de desaparecido
y su espera como la infancia, duele.

Bangkok me dijo que me quería,
que necesitaba mi retrato para reparar la ventana,
y mis palabras para condenarse al silencio,
recuerda que hoy debe acostarse desnudo,
con el cuerpo gastado en adrenalina
y la voz enferma de una ciudad.

Bangkok.
¿Hay alguien en casa?
veo que creces con un disparo en la mirada,
con un recuerdo al fondo de la garganta.

Bangkok debe de ser un narciso en la luna
y con la piel herida de marrón,
cumple treinta cuerpos acostados en su espalda
en el crujir de la casa,
porque una casa se habita cuando las palabras se ausentan,
cuando una mirada coincide con el abandono
y pierdes un año acomodado en la ventana
con los cadáveres que marcan tu piel,
de mi cuerpo quería una ausencia para su calma,
para acortar la vida,
para romper las paredes de mi casa.

La casa es un retrato
que esconde un cuerpo marchito de ruido.

La tarde pinta de amarillo un mensaje
en el cuerpo de Bangkok.

Bangkok es mi padre perdido,
que señala mi cuerpo con su tacto gastado,
y me vuelve un grito,
en la casa con su boca cansada por el tiempo.

Hola, soy un Bangkok
con la boca mordida por las tenazas de los cangrejos,
por los gritos de los niños que fuman a ser grandes,
que juegan a patear las costillas de una casa,
que pintan de negro el cabello de mamá
y que cubren al padre con el retrato de un cadáver.

Él me mira,
me acuesta al piso,
me pide perdón,
le pido un deseo,
me acaricia con el frío de su silencio,
me besa y dispara.