Manuel Delgado

Acapulco, 1986

Parece un MC, aunque su poesía es más góspel, más blues. Se nota por la musicalidad de sus textos que es también músico, que aún a pesar de esa sonrisa viaje en tren a media noche, un poco taciturno quizá, o melancólico, traduciendo esas canciones intraducibles que escucha en las madrugadas.

Muestra de obra


Diario íntimo de Lead Belly

I

Abrí los ojos porque quería ver cómo se iluminaba toda la celda mientras cruzaba el tren a medianoche. De pronto, no me sentía solo ni apenado. La música me transportaba mientras estos tipos hacían guardia en aquella noche en que los demonios estaban fáciles de encontrar.

En realidad, aquella noche aprendí a cantar, como un crío de ave nocturna o el espíritu de un cuervo maligno. No había retorno de esta miseria, lo vi en aquel especial de medianoche. El tren soltó un silbido y la calma se convirtió en el ojo de un cíclope que no para de observarme. Un bluesman.

En aquella casa todos los hijos son perros tragapolvo del sur.

La miseria la llevan en los tobillos.

Vagabundos que trotan y trotan quién sabe hasta dónde.

Las luces del tren son tu mazo y tu martillo.

Si hubiera escuchado aquellas voces no estaría aquí,

atormentándome.

Despierto todas las mañanas agotado de lo mismo.

Todas las puertas son la misma tumba.

Tengo unas manos que no saben de la muerte,

te clavan acordes en los ojos y te abren el alma.

Soy la ruina de las chicas. El negro y su revés.

El borracho que bebe, el vagabundo que vive en un baúl y

despierta en la cárcel.

Un salvaje que no sabe de reglas pero sí de la belleza de las mujeres,

ese loco que no sabe vivir sin una mujer a su lado.

¿Verdad, señorita Rosie?

Visitabas al gobernador en su oficina para que soltaran a tu novio.

Aún no puedo dormir por las noches.

Viejas canciones vienen a mí y se clavan en mi piel,

como abejas en aquellos campos de algodón o cervezas del sur de Texas.

Miro las paredes de aquella casa,

no es una casa, es un diamante negro remojado en sangre inocente.

A media noche un tren era arrastrado por 12 caballos negros. Lo que iluminaba tu celda no eran sus luces anestesiantes sino una profecía que sería tu destino. Tu música resonaba a lo lejos en las vías del tren. Todos sabían que no podías ser apresado por siempre, tampoco podías escapar por siempre, ni de ti mismo. El tren silba a lo lejos. Las faldas de las mujeres se levantan para recibirlo.

II

Algo parecido al susurro dentro de un caracol de mar es lo que no me deja dormir. Noche tras noche me trae tu nombre y lo siembra como se siembra el algodón en la tierra o en el pecho de un hombre.

Por eso te escribí esta canción. ¿Recuerdas la oscuridad de nuestros cuerpos en aquella velada con el cielo más brillante que hayamos visto? Yo también lo recuerdo.

Buenas noches, Irene.

Todas las noches fueron un martirio lejos de tu cuerpo, de tus ojos de luna nueva.

Escribí esa canción porque no tenía nada qué perder.

Algo dentro de mí se rompió. Pensaba mucho en ti.

Todas las cartas que escribí fueron quemadas y el humo de mi voz gritaba tu nombre mientras alguien preparaba algo de whisky clandestino.

Sí, lo sé, todo se salió de control aquella noche. No debí salir en busca de un trago.

Todas mis ideas se ahogan en el fondo del río.

Saltar es fácil si lo que se busca está en el fondo de una botella.

Estoy triste, el calor de tu cuerpo ya no me calienta.

Ni un ejército de chimeneas llega a calentar este cuerpo como lo hacen tus brazos.

Te cuento, esa canción la escribí mientras golpeaban a alguien en su celda.

Escuchaba el silbido de un tren tripulado por demonios

que ardían desde sus huesos y mi cueva se iluminaba con el relinchar de 12 caballos.

Esos tipos grabaron en sus máquinas del infierno.

Toda oportunidad es una trampa.

Tú estuviste allí. Tú me liberaste.

El viejo no quería liberar a nadie.

Pude morir en la cárcel, pero no me abandonaste.

Bien sabías que morirías tras esas paredes, pero la fortuna siempre llega en formas extrañas. De tus manos surgía la música, la noche calmaba su furia, te dejaba hurgar entre sus piernas. Los mismos campos que te vieron nacer aquella mañana reverdecieron el día en que los rayos de sol tocaron tu piel al abrirse las puertas de la penitenciaría. ¿Convenciste al gobernador? ¿Pagaron por tu libertad? Alguien dijo: una guitarra y un corazón es todo lo que necesita un hombre.

VII

Estos tipos llegaron y escucharon mis canciones. Me miraron a los ojos y sonrieron. Grabaron algunos temas con su aparato del demonio y le dediqué uno al gobernador. No tenía nada qué perder.

Ahora estoy aquí, frente a todas estas personas (borrachos, traficantes, corruptos, mujerzuelas) bastardas de New York.

Tu celda era un nido de ratas negras.

Creíste que los azules cenizos del cielo se cerraban cadamañana.

Soñaste con una cripta con tu nombre grabado.

Angola Farm no te dejaría escapar tan fácil. Aun así, tu destino ya estaba escrito.

Dibujaste sobre el viento las curvas de Stella y escribiste esta canción.

El tren que iluminaba tu celda era arrastrado por 12 caballos y 10 cuervos negros.

Saliste por la puerta principal: camisa al hombro, guitarra en mano.

El sol de aquella mañana extendía tu sombra hasta un lugar lejano.

New York, la puta ciudad que reconoció tu título como regalo de Dios.

El blues que aprendiste iluminaba los senderos imaginarios

de todos aquellos que querían limitar tu voz.

Los altibajos, como los de cualquier hombre, pulían tu vida.

Ahora, la lluvia que te abraza no te provoca dolor de huesos.

Antes de cada concierto besabas el pico de cuervo.

Decías que la mano izquierda de Dios te lo había entregado.

Nadie te creyó; sin embargo, aquella noche un señor barbudo se puso de pie

y se quitó el sombrero con su mano izquierda;

ante la sorpresa de todos salió volando mientras el pico de cuervo que

pendía de tu cuello cantaba por ti aquella canción.

Tus manos temblaron por primera vez.

Estos tipos escucharon tus canciones, tocaron tus manos, se hincaron para besarlas. Tú sólo tocabas el corazón de Stella y ella hacía todo, decías. No les contaste del cuervo de ojos rojos, ni les mostraste el pico de cuervo que llevabas colgado en el cuello. No les contaste sobre la chica sepultada en el bosque, ni de Polly Ann. Todavía sigues preguntándote dónde estará esta noche.

XXX

Niña, no me mientas. Dime, ¿dónde dormiste anoche?

Despertaste con los primeros rayos de sol sobre tu cara.

Una mirada de loco que penetraba cualquier respiración.

Temblabas de frío mientras sacudías tus culpas con la corteza

de un pino que no paraba de mirarte en silencio.

Un túnel que arrancaste de no sé dónde lo dejaste solo toda la noche.

Decías algo extraño sobre un accidente, un choque, una pelea.

Estabas fuera de control, como si hubieras vendido el mundo.

«En los pinos no volverá a brillar el sol», gritaste como animal herido.

«Dime dónde, dime dónde, dime dónde»,

preguntabas mientras dormías en posición fetal.

Tus dientes parecían huesos marrones de tanto que besaste la tierra.

¿Qué habías enterrado?

«Ve donde sopla el viento», le dijiste a alguien,

pero no había nadie más en la habitación.

Enciendes una vela todas las noches y sales a caminar.

Regresas con los pies llenos de lodo.

Quieres marcharte de aquí, pero no regresa tu mujer.

Ahora tienes tus doce caballos negros y diez cuervos para llamarla.

Enciendes un cigarrillo y apagas la noche.

Te quedaste en los pinos donde el sol no brilla nunca. Te preguntas si tus manos volverán a tocar de nuevo. Tienes miedo de caminar a ningún lado. Ya no duermes, sólo la tibieza de un cuerpo femenino te hace olvidar todo. Tus canciones duermen; con los primeros rayos del sol despiertan de la muerte.

XV Premio Maria Luisa Ocampo 2013

Cuaderno de la Nostalgia

I

Sentado desde aquí, observo los críos torpes y recuerdo lo que ya no es. La lluvia que amenaza fue un tormento siempre, desbarataba la casa y la marimba se hacía en los trastes viejos que colocaba mi madre en el suelo de tierra. La casa en aquel entonces era una madriguera de ratas que se refugiaban en las orillas de la penumbra. Las sombras fantasmales no eran nada comparadas con la fantasía asquerosa de vivir en la isla pérdida de la realidad. Buscaba entonces, una llama capaz de dislocar el presente o el futuro. Cualquier cosa como un marro y un cincel. Y entonces, escribo y vuelvo a vivir.

Acércate la silla. Sírvete café y tráeme ese cuaderno.

Sí apá. ¿Le enciendo la lámpara para que vea mejor? ¿Qué busca en ese trasto viejo?

Memoría.

Nací en Acapulco

en un día cualquiera

de noviembre del 86

desnudo

 nací pobre

envuelto en una sábana con logo del IMSS

llegué a casa

en brazos de mi madre

 una casa de barro

con huesos de madera

entrañas de esperanza

me refugió

 mi madre calentaba café Tineo

en una olla tiznada

por el tiempo

 remojaba residuos negros

de la nostalgia

 nací un día en que nadie nace ni la luz

 ahora escribo este cuaderno

y los recuerdos que me hacen llorar

II

Me despierto todas las madrugadas recordando las calles oscuras, las ventanas iluminadas por televisores moribundos. Me recuerdo de la mano de mi madre, temeroso del cielo estrellado, temeroso de soltarme y caer al suelo frío de la esperanza perdida.

Desde este lugar te escribo para que no tengas miedo del ladrido de los perros que se torta terrorífico a estas horas de la madrugada, escribo pensando en tus manos que acarician un retrato viejo con alguien que ya no existe. Veo tus ojos, lo mucho que has crecido y te digo que todo va a estar bien (porque es cierto), aunque no me creas. Ahora te escribo porque no sé cómo hablarte.

Mi viejo fue un huerto arruinado, recogía tamarindo agujereado y robaba mango para comer. Mi viejo fue futbolista, carpintero, pintor. Nunca aprendió a leer y escribir.

Entendía el lenguaje del dinero y el tiempo.

Mi viejo fue un alcohólico de tercera generación. Dibujaba palabras en el aire.

Cantaba canciones que nadie entendía.

Dime hijo, ¿qué te he enseñado yo?

El padre de mi padre se mató bebiendo

mi padre aún no lo hace

yo lo he intentado

 conocí mi primera cantina a los 5 o 6 años

ahora conozco muchas más

 de la mano de mi madre buscábamos al viejo

en los rostros ajenos

en las botellas que sostenían viejas canciones

 regresábamos a casa

sin éxito sin papá

y con la noche bajo los ojos

 con el amanecer prendido a su pecho

aparecía el viejo

con el cuerpo destruido y promesas que no llegaron.

III

No tengo miedo de la vejez, luego le tengo miedo con todas las fuerzas del mundo. No recuerdo cuando murió la abuela grande, la que, con su voz de pajarillo tierno decía mi nombre y algo raro entumía mi cuerpo. En aquellos tiempos las casas eran todas iguales, sus techos de cartón negro y rojo extendidos hasta el atardecer. Con sus calles de tierra, llenas de oscuridad y huellas desnudas de frágiles cuerpos requemados por la soledad. En una de esas casas (transparentes) murió la vieja, yo era un molusco negro que no sabía de nada.

Cierra las cortinas.

Pero apá así no va a ver nada.

Descuida, hace tiempo que no necesito mis ojos.

Sí apá.

De la vieja vieja

no quedó mucho

apenas unos tristes anteojos

con piel de coral

acariciaba sombras en los rincones

con su voz apagada como de luciérnaga moribunda

su esposo ya no besaba su frente

lloraba como animal herido

sus hijos

extraños todos

acariciaban sus manos

y volvía a llorar

en su paliacate

guardaba los pesos que los nietos robaban

la vieja vieja no sabía de días o semanas

miraba el cielo y decía la hora

IV

Me descubro escribiéndoles porque sé que me han de escuchar. No importa cuándo. Les digo de esta pesadumbre de siglos y no me es fácil detenerme en alguna fotografía. Me veo llorando bajo la lluvia de aquella noche en que no había luz en casa y mi padre borracho encontraba consuelo en un cigarrillo. Mi madre era una palomilla que se apoyaba en las bombillas ajenas para robarse un poco de amarillo e iluminar las paredes que todavía veo.

Toma esa caja, ábrela, mira las fotografías y después, quémalas.

Pero apá, son fotos de todos.

No te preocupes, ya nada de eso existe. Y pronto tampoco quedará nada de mí.

¿Y yo apá? Quedaré yo.

Entonces, no olvides que de noche la vida es mejor.

Una casa de hueso y lodo

abrazaba las costillas de mi madre

desde antes de amanecer

con voz de pájaros salvajes

cortaba guamúchil

detestaba el fútbol

levantaba la mirada para buscar no sé qué

mi madre atizaba frijoles

miraba el cielo

cargaba a su niño renegrido

llorón

esperaba de noche caer la lluvia

porque a oscuras el mundo es mejor

la calle era un río furioso

sitiando esta casa con la miseria

mi madre trabajaba más que cualquier hombre,

empeñada en abrir un camino nuevo.

XV Premio Estatal de cuento, poesía y ensayo literario joven 2015 en la categoría de poesía