Gela Manzano

Acapulco, 1957

Profesora, feminista, poeta, investigadora incansable de la oralidad. Su obra refleja la nostalgia por un lugar del pasado a donde no se regresa nunca.


Muestra de obra


En esta hora terrible

A Ethel Krauze

En esta hora terrible

cuando la luz se pierde

en el horizonte

cuando el tiempo se desmorona

en pequeños vidrios rotos,

con ojos extraviados en el dolor,

de un cuerpo desgajado.

Cuando las hormigas dominan la tierra

cuando los sonidos explotan en los oídos

y el tiempo se ha detenido

a mirar la tristeza más profunda

de mi huerto desesperanzado.

He olvidado el aroma de las flores,

el sol descosido en la rabia

de un cielo nublado y frío

que me abandona en la orfandad,

a la intemperie.

Afuera, las calles grises

habitadas por el tedio de un domingo

en una sala de espera

sobre sillas duras y frías.

La tristeza gris

a punto de tragarme

mientras un aire del norte

apunta como flecha

en mi garganta adolorida.

Empequeñecida por el dolor

me envuelvo en el plomo

de la tarde de invierno,

las hojas secas

caminan lentas

como un viejo decrépito.

Las golondrinas bajan de los cables

curiosas y tristes

para mirar mi rostro consumirse

en espera de los informes clínicos

mientras platico con las paredes frías

con los amplios pasillos olorosos a desinfectante,

escucho el sonido de unos pasos.

El tic tac del reloj marca el pulso,

el movimiento almidonado de las batas blancas,

la revisión del electrocardiograma, el equipo de rayos gama,

y toda la parafernalia de la terapia intensiva.

Logro escuchar el más mínimo sonido

el movimiento de mi intestino grueso,

la cavidad palpitante

de mi agitado corazón.

Busco una explicación

en la bocanada de humo

del vecino de enfrente

que como yo

oculta la mirada

en busca de respuestas.

Así pasan los días,

como agua estancada

con olor a pantano,

a musgo podrido,

a flores carnívoras

a fingida quietud

y sonidos sordos

de un llanto viejo.

El mundo sucumbe en un instante

empequeñecido

sin mapas, sin noticias.

Es un estar aquí

inmóvil

a la espera

de un sí o un no

que cambiará inexorable

el rumbo de mis días.

Los designios de Dios

son insondables

y se hará su voluntad

en el cielo como en la tierra.

Es hora de la fe

tiempo en que anochece

la esperanza humana

en que la paciencia exige santidad

no cultivada

tiempo de templanza

de oraciones

de cerrar los ojos

y pedir con todas las fuerzas:

se hará su voluntad

en el cielo como en la tierra.

Las hormigas son las amas de la nada

han devorado

la galaxia

comandan las enormes naves marinas

protegidas con cascos y metralla

con ojos de hormigas poderosas

me miran comprensivas:

el mundo no se acaba

la vida sigue a pesar de tu congoja.

Después del dolor no queda nada,

ni el brillo de sus ojos

ni mi pulso acelerado

ni los rezos no aprendidos en la infancia,

nos quedamos solos

en la desesperanza

de los sin fe

con la certeza de que Él

nos escucha y acompaña

que no nos deja solos

y que en su presencia luminosa

descansamos.

Poema en travesía

He aprendido: te he perdido antes de encontrarte
ya no me oirás,
me transformaré en suspiro
me vestiré de olvido
en rumor de arroyuelo
en lluvia fría
en parpadeo de ave
en el llanto de un grillo.
Mis pisadas sonarán
a llovizna en la arena
viajaré como nube lejana y discreta
para que entiendas que me fui
para que vivas sin mí,
sin entenderme
sin probar mi corazón de nuez
sin escuchar mi oleaje nocturno.
No supiste mirar mi sentir de tormenta
en el océano abierto
ni escuchaste mi canto de águila
en el acantilado
¿Recuerdas cuando te hablé
de mi complicidad con la gota de rocío
sobre la hierba?
Cuando canté en silencio
abrazada a la oruga
cuando me sentí aleteo de mariposa
cuando descubrí el misterio de tu llanto.
Sí, acepto que te hablé de cosas innecesarias
de lo simple
de lo suave
de la sorpresa del instante.
No supe cómo
contarte historias verdaderas
ni narrativas claras
no quise hablarte
de la realidad punzante
mis palabras se posaban en ti
como en mis sueños
intermitentes
incomprensibles
tiernas.
Te he visto sacudirlas como espantando insectos
no abriste tu piel
para sentir mis ojos
ni leíste mi mirada
tejiendo abecedarios nuevos
cada vez que llegabas
cada día éramos otros
nos renovábamos en el encuentro
en la sorpresa
de nuestra existencia
de la desgarradura
de sentirnos vivos
al final del día he aprendido: me has perdido.

Poemas del libro El territorio de la noche.