
Profesora, feminista, poeta, investigadora incansable de la oralidad. Su obra refleja la nostalgia por un lugar del pasado a donde no se regresa nunca.
Muestra de obra
En esta hora terrible
A Ethel Krauze
En esta hora terrible
cuando la luz se pierde
en el horizonte
cuando el tiempo se desmorona
en pequeños vidrios rotos,
con ojos extraviados en el dolor,
de un cuerpo desgajado.
Cuando las hormigas dominan la tierra
cuando los sonidos explotan en los oídos
y el tiempo se ha detenido
a mirar la tristeza más profunda
de mi huerto desesperanzado.
He olvidado el aroma de las flores,
el sol descosido en la rabia
de un cielo nublado y frío
que me abandona en la orfandad,
a la intemperie.
Afuera, las calles grises
habitadas por el tedio de un domingo
en una sala de espera
sobre sillas duras y frías.
La tristeza gris
a punto de tragarme
mientras un aire del norte
apunta como flecha
en mi garganta adolorida.
Empequeñecida por el dolor
me envuelvo en el plomo
de la tarde de invierno,
las hojas secas
caminan lentas
como un viejo decrépito.
Las golondrinas bajan de los cables
curiosas y tristes
para mirar mi rostro consumirse
en espera de los informes clínicos
mientras platico con las paredes frías
con los amplios pasillos olorosos a desinfectante,
escucho el sonido de unos pasos.
El tic tac del reloj marca el pulso,
el movimiento almidonado de las batas blancas,
la revisión del electrocardiograma, el equipo de rayos gama,
y toda la parafernalia de la terapia intensiva.
Logro escuchar el más mínimo sonido
el movimiento de mi intestino grueso,
la cavidad palpitante
de mi agitado corazón.
Busco una explicación
en la bocanada de humo
del vecino de enfrente
que como yo
oculta la mirada
en busca de respuestas.
Así pasan los días,
como agua estancada
con olor a pantano,
a musgo podrido,
a flores carnívoras
a fingida quietud
y sonidos sordos
de un llanto viejo.
El mundo sucumbe en un instante
empequeñecido
sin mapas, sin noticias.
Es un estar aquí
inmóvil
a la espera
de un sí o un no
que cambiará inexorable
el rumbo de mis días.
Los designios de Dios
son insondables
y se hará su voluntad
en el cielo como en la tierra.
Es hora de la fe
tiempo en que anochece
la esperanza humana
en que la paciencia exige santidad
no cultivada
tiempo de templanza
de oraciones
de cerrar los ojos
y pedir con todas las fuerzas:
se hará su voluntad
en el cielo como en la tierra.
Las hormigas son las amas de la nada
han devorado
la galaxia
comandan las enormes naves marinas
protegidas con cascos y metralla
con ojos de hormigas poderosas
me miran comprensivas:
el mundo no se acaba
la vida sigue a pesar de tu congoja.
Después del dolor no queda nada,
ni el brillo de sus ojos
ni mi pulso acelerado
ni los rezos no aprendidos en la infancia,
nos quedamos solos
en la desesperanza
de los sin fe
con la certeza de que Él
nos escucha y acompaña
que no nos deja solos
y que en su presencia luminosa
descansamos.

Poema en travesía
He aprendido: te he perdido antes de encontrarte
ya no me oirás,
me transformaré en suspiro
me vestiré de olvido
en rumor de arroyuelo
en lluvia fría
en parpadeo de ave
en el llanto de un grillo.
Mis pisadas sonarán
a llovizna en la arena
viajaré como nube lejana y discreta
para que entiendas que me fui
para que vivas sin mí,
sin entenderme
sin probar mi corazón de nuez
sin escuchar mi oleaje nocturno.
No supiste mirar mi sentir de tormenta
en el océano abierto
ni escuchaste mi canto de águila
en el acantilado
¿Recuerdas cuando te hablé
de mi complicidad con la gota de rocío
sobre la hierba?
Cuando canté en silencio
abrazada a la oruga
cuando me sentí aleteo de mariposa
cuando descubrí el misterio de tu llanto.
Sí, acepto que te hablé de cosas innecesarias
de lo simple
de lo suave
de la sorpresa del instante.
No supe cómo
contarte historias verdaderas
ni narrativas claras
no quise hablarte
de la realidad punzante
mis palabras se posaban en ti
como en mis sueños
intermitentes
incomprensibles
tiernas.
Te he visto sacudirlas como espantando insectos
no abriste tu piel
para sentir mis ojos
ni leíste mi mirada
tejiendo abecedarios nuevos
cada vez que llegabas
cada día éramos otros
nos renovábamos en el encuentro
en la sorpresa
de nuestra existencia
de la desgarradura
de sentirnos vivos
al final del día he aprendido: me has perdido.
Poemas del libro El territorio de la noche.
