
Montado esa tabla del teatro domando la ola nueva, con un carisma que se renueva con los días: promotor, dramaturgo, poeta, funcionario, maestro, que en la orilla de las playas de Acapulco le da formas a la arena en imágenes que se diluyen con el mar.
Muestra de obra
Concierto para bala y tristeza
Si por hombre me desprecias, yo te concedo razón.
Paráfrasis a Pedro Galindo y Elpidio Ramírez
Preludio
Hace falta un poco de fe y un teclado nuevo, para terminar de escribir un poema. Sigo preguntándome dónde están las musas ¿quién se las echó al bolsillo? Yo voy por la vida escribiendo lento. Engordando constante. Criticando todo. Echando abajo lo construido con el otro. Aunque también voy tomando whisky, enamorándome en la playa, tarareando canciones y besando cuellos. Los poemas son orgasmos. No se logran fácil ni todos los días. Hay que acariciarlos, olerlos y retenerlos. Hay maestros del orgasmo. Confieso no ser uno de ellos. No siempre sé cómo tocar un poema, como hablarle ni como penetrarlo. Lo cierto es que es un amante paciente. Nunca se va, aunque no esté satisfecho. No se parece a mí. Es menos cursi y más elaborado. Es todo, menos mi reflejo. Yo no tengo ni tanto amor ni tanto odio. En él todo cabe. Parece que es mío o es uno conmigo, pero no. Él es sin mí. Existe desde antes, ya y ahora. No me necesita, finge. Mentir es su pasatiempo. Él es un ser que me ha elegido, que me canta cuando los días me aburren, que me besa cuando el amor me ha enfadado, que me sostiene cuando se le rompen las patas al futuro.
Concierto para bala y muerte
Primer movimiento
Un hombre de pie sobre una calle sola.
Lo observa su pensamiento.
El hombre baja la cabeza.
Su pensamiento ríe.
La calle vende fantasías.
Segundo movimiento
Una mujer de pie frente a una calle obscura.
La observa su melancolía.
La mujer da un paso.
Su melancolía se espanta.
La calle compra la ciudad.
Tercer movimiento
Un hombre y una mujer sobre una calle abandonada.
Los observa su futuro.
Ellos quieren besarse.
Su futuro lo impide.
La calle abre la boca y los devora.
Sinfonía de la tristeza
Primer movimiento
En la puerta de la casa se asoman los dedos de un hombre que fue poeta. Han dejado ahí sólo su mano. Saltan un par de cejas en la cama. Buscan sus ojos, su frente, su cráneo. Se han ido de viaje en un toque de trompeta. Para llegar a donde estamos ahora hemos pisado cabezas, hemos triturado palabras, hemos manchado la suela de utopías. Para entrar a este lugar saludamos lo innombrable, o al vecino de lo innombrable, o al amigo del vecino de lo innombrable: “Hola, es bueno saber que estás aquí”. ¿Hay algo más perverso que escribir un poema encima de la muerte?
Segundo movimiento
No hay nada más perverso que un “no te quiero”. El resto es basura. Cuelga serpentina desteñida en los cuarteles de la infancia. Todo va mal si no soportas un atardecer. El holocausto comenzó con un corazón despreciado y una nube marchita. Un “no” es intransferible, pero mutable. Puede convertirse en una bala, en un cuchillo, en una bomba. Puede hallarse pronto desollando canciones, volviendo jabón las ideas. Puede ir y venir de Bergen belsen con flores ampuladas, correr por Auschwitz gritando “me dueles” y romper el lienzo de colores que adornó tus primeros días de vida. Hay un retén sin esperanza en cada esquina. Ahí revisan la palma de la mano, deducen cuántos segundos bastan para destrozar un deseo, limitan los días de lluvia y prohíben mirarse a solas. Las guerras empiezan en la infancia con una ausencia, se planean con el primer beso y se declaran con un doctorado. A diario cruzan balas de rechazo y se incrustan en la frente de los niños, de cada hombre con flores en las manos, de cada mujer con filo en la ternura. No hay nada más perverso que un rechazo Hitler, también estuvo enamorado.
Tercer movimiento
Yo también estoy triste. Tengo tatuada Hiroshima entre dos hemisferios. Los ojos como grises gansos dan vueltas en la noche. Ayer vi sentada a media humanidad esperando un atardecer sin ráfagas. Cayeron con la luna dos o tres consumidores de caricias ¿Quién vende el amor? Yo lo compro. De medio uso, no importa. Hace falta para tapizar las calles arañadas por la justicia. El tiempo grita desde los relojes para no detenerse. Nadie lo escucha. Sangran los minutos que se pierden sin el optimismo del sexo. La obsesión por un gato no mata al hombre. Benditos los dedos que juegan a esconderse, las lenguas que hacen la paz con los ombligos. De la tristeza nos salva lo inmoral. Lo que no se confunde con la guerra.
Cuarto movimiento
Las palabras siembran el destino. Cuando alguien habla se hace el universo, se organizan los pecados, se fecundan las frustraciones. Todo cabe en un “sí”, en un “yo te llamo”, en “hoy no puedo”. Caben miles de siglos, de historias que no recordamos, de camas sin cuerpos, de huecos bebidos. En la boca llevamos la tinta con la que se escriben nuestros nombres. Ahí hay un río de verdades y patrañas por venir. La comprensión de la vida está disponible en los diccionarios. Luego la nada no es el silencio. Es un atentado contra la voz. Las armas que atacan los bordes del mundo están hechas de sílabas. Las contemplamos marchar en combois uniformados. Esos hombres llevan secuestrado entre las manos nuestro lenguaje marchito, reseco y confundido. Mas tarde el adiós. Las cajas de cereal vacías. Los niños llorando como hombres. El café consumido en espera de tu sombra. El regreso del cansancio. La lágrima muda. No hay nada más perverso que una palabra. Una sola palabra, que no te esperas.
Ancore
Soñé que me perdía.
Una ciudad grande y atractiva era el laberinto.
Tomé un taxi que nadie maneja pero anda.
Yo, de copiloto. El taxista y su mujer atrás.
Todos conducidos por el hombre invisible.
Un cajero -gritaba yo desesperado-.
En las calles un festejo: coronaban un santo o una virgen.
El taxista sudaba, se frotaba, besaba a su mujer.
La presión, debo tenerla altísima –pensaba yo-.
Un doctor, un cajero, un taxista sin mujer o despertarme.
Algo que suceda pronto, que mejore esta historia,
que la vuelva grotesca, al menos.
Nada. El taxista sin playera, su mujer encima –nalgas arriba-
ni un maldito banco ¿a dónde vamos?
Ah, no me acordaba, estoy perdido.
Danzantes con capas terciopelo y tenis Nike.
Una gorda jalando de las greñas a un niño.
A la vuelta de la iglesia un perro se coge una llanta de tractor.
El taxista mete la lengua en la oreja de su mujer.
Yo me erecto. Un condón –pienso ahora-.
¿Dónde está el doctor símil cuando se le necesita?
Cuetes. Vamos a cien por hora en unas callecitas
Un zumbido. Se mueve todo.
Está temblando.
Si me despierto salgo de este sueño pendejo
pero termina todo en un lugar común
¿cómo chingados contar un sueño
que suene perverso
sin que se llene de vergas
o termine como se espera?
Vamos matándolo como ya es costumbre.
Así nomás.
PUM.
