
A su voz de niña, su poesía, su palabra, es el mayor contraste. Es una mujer que espera en la ventana, en esos leitmotivs de la pintura decimonónica, al hijo, al amado, a una ciudad que se deja; esa paciencia de persona mayor está en su obra. Guarda un cojín relleno con el cabello que un día le cortó su abuela.
Muestra de obra
Tengo la casa llena de arañas, Gabrielle, tejen mejor que yo. No he podido con la chambrita cada vez que lo intento, por las tardes cae la lluvia y me arropo con una manta y sueño que termino. Completo además unos zapatitos y los mitones, incluso una bufanda. Pero él llega, lo escucho cuando entierra la llave en la cerradura y rechina la vieja puerta y entra cuando apenas me incorporo y recojo el hilo. Pone en la cesta cierto disgusto porque las arañas han terminado de invadir la cocina y el niño tendrá hambre, ha tenido hambre toda la tarde y yo no aprendo a tejer, Gabrielle. Mi niño se morirá de frío, aunque ahora es verano y la lluvia impertinente tiende sus ocho brazos por la ciudad, en un par de meses mi niño, Gabrielle, tendrá sueño, tendrá frío y yo tan redonda, no puedo tejer.
La última vez soñé con Dolfín,
la joven de Burano que se enamoró del pescador Polo.
Se sabe que los pescadores son hombres buenos, pero pobres.
No pasean por palacios ni saben pintar como Velázquez.
Viajan hacia el norte, los pescadores pobres.
La fortuna de Polo era el azar.
En su red, peces e hilos convivían,
también, un alga que era bella como Dolfín,
el mar a veces nos brinda la mixtura de la fortuna:
una red, agua salina y algas.
No sabía Polo que las sirenas además de cantar tejen.
Es probable que con su canto reproduzcan
para los pescadores pobres
la espuma blanca de las olas
o inventen lo que los mortales llaman encaje veneciano.
Todas las tejedoras duermen, Gabrielle. Yo no, solo estoy para el ámbito doméstico. Despertar a las cinco, antes del alba, salir con el pelo húmedo, con el norte en los ojos, dispuesta a consumirme en un turno de ocho, doce, catorce horas. Mis pies helados se confunden al andar por el mármol del Palacio. En mi día libre me imagino con el traje sastre y pienso en Coco perdido en el Trocadero. Doy cien puntadas a mi costura. Abuela, Gabrielle, me enseñó el punto de cruz, algunos nudos, me enseñó a pasar el sueño por el ojo de las agujas. Sé bordar lienzos largos en donde conviven arañas, caballeros, diosas y pescadores. Tengo en las manos el ovillo suficiente para bordar el mundo. Tendré mitones, tendré como rival a una diosa. Pero el invierno no podrá calzarme los talones.
De La rueca de Gabrielle

Coreografía tres
Llegar a otra ciudad. Viajar tres horas en transporte público. Tener hambre. Asistir al teatro por primera vez. Entrar a un camerino. Entender la frase de Ionesco: “Toma un círculo, acarícialo, y tendrás un círculo vicioso”. Besar a alguien por última vez. Decir adiós convencida de que volverá. Tirar la toalla, levantarla, romperla, quemarla. Comprar una nueva. Estrellar cada una de las piezas de una vajilla cara, arrepentirse. Amar, asesinar. Empacar toda la ternura en una bolsa de mano. Caminar por el borde de un acantilado. Rendirse. Tener hambre, de nuevo. Hurgar en la bolsa. Descubrir una mentira, dos, tres, siete. Viajar, de nuevo. Entender otras frases de Ionesco. Amar como nunca a las cuatro de la tarde de un febrero cruel. Asistir al teatro por segunda vez. Asumir que la vida es un camerino prestado al que se debe entrar sin bolsas de mano.

Ganarle al día
¡Carajo! ya escribe un poema
Leopoldo Ayala
Para escribir un poema
hay que abrirse la cabeza,
meter las manos en la masa,
limpiar los pisos,
sofocar los llantos,
propios
y de los hijos.
Tampoco ayer,
ni hoy
pude escribir un poema.
¿Cómo
voy a ganarle al día,
dar rienda suelta
a los versos?
Hace falta pagar la luz,
esperar el carro del gas,
tirar la basura,
tender la cama
en la mañana.
Escribir un poema
temprano y en secreto.
Estrofas me pasan,
como los cítricos
que compré de oferta.
Me asaltan palabras altas
que podría usar en mis poemas.
Vienen a mi boca
sólo para nombrar las montañas
de ropa sucia en el cesto.
Quiero decir,
si encontrara el tiempo propicio,
para bañarme al menos
y sentarme limpia
a recibir el poema.
Invoco palabras delicadas
y rotas,
de volumen bajo
casi como juguetes
agonizantes de batería.
No debería escribir esto,
así no deben ser los poemas.
El poema alardea de limpio,
en el poema va primero el orden.
Intento detenerme.
Escribiré un poema, digo.
Siento las contracciones,
la pulpa de los versos
extendiéndose por mis manos,
En las venas,
el pulso dispuesto a la metáfora,
hipérboles, sinalefas, un símil
directo al blanco.
En la hoja un poema,
a pesar del día,
viene.
