
Tiene esa mirada de poeta, así como un compromiso constante con la palabra y la vida. Es un escritor social, no panfletero, es congruente con él mismo. Ha sido guía de otros, que como esos viejos mesías míticos y fantásticos van llevando la palabra como si fuera una antorcha que ilumina nuestra oscuridad. Es poeta porque sabe volar.
Muestra de obra
5
La tarde es una nube, un sol pesado y lento,
un perro atravesando la calle, un espejismo
del que emerge un automóvil.
Y es un grupo de palmeras,
un pájaro posado en una sombra,
un charco en el fondo de una zanja.
Es la tarde un silbido que se pierde en el campo,
un enjambre de instantes zumbando entre las hojas.
Y es un calor antiguo, cansado de estar húmedo,
un cerdo entre lo verde buscándose a sí mismo.
La tarde es un recuerdo que sopla desde el mar,
una fecha reseca, una brisa caliente.
La tarde es el veintiocho de un junio agujerado,
el final de un camino, una bala en la voz,
es un alarido que nunca va a alejarse,
es un sueño talado para tirar sus frutos.
La tarde es una bota sobre un cuerpo sangrante,
una hemorragia nueva en la tierra agrietada,
es la camisa abierta de un cadáver reciente,
un féretro en que caben diecisiete silencios.
La tarde no es blancura, no es piedad ni caricia;
es la emboscada impune, el dolor que no cesa.
Y podría parecer que la tarde es la noche,
pero algo se detiene al borde del olvido:
es un tiro de gracia que no ha dado en el blanco.
De Aguas Blancas (Revista La Guillotina, 1998)

Experimento único
Quiere pensar que no hay peligro,
se prepara a hacer anotaciones, a dictar con claridad;
quiere que nada obstruya sus palabras,
gritar sólo si hay algo interesante.
De pronto descubre que ya no sigue ahí:
de algún modo, alrededor
las cosas bullen otro tipo de existencia.
Quiere decir callando que los muros
no sólo existen al ser vistos;
la ilusión no es derivada de su estado:
el aire tiene todo, reunifica la inconsciencia.
No le es necesario cerrar los ojos o arrancárselos
para que la plenitud de una luz —u oscuridad— intensa, primordial,
inunde todas las partículas, sin distinguir
entre sueños, paredes o deseos.
De pronto ve-escucha-palpa-saborea-huele (y algo más)
su mano izquierda, su aleta, garra, flor o ala,
reconoce su hígado-cerebro-alma con plantas del jardín
que su madre-hija-tía-cuñada-amante cuidaba-cuida-cuidará con esmero;
“Allá va mi primer coche”, piensa-siente-toca, “mi primer arma,
mi primera estrella, mi primer muerto, mi primer gruñido y soledad”,
pero no: siente luz direccional, grietas de dolor,
placer a punto de explosión donde cree tener la nuca, el odio, el instinto;
palpa rojos sitios donde el aire, el agua, la vigilia
escucha y saborea el claxon y los días.
Luego comprende-mira-oye un breve resplandor
que surge-nace-muere de los dientes de su abuela,
y lo mira-lame-despedaza, “virtualmente” está seguro,
con los ojos de su padre-reina-sacerdote-dios-jefe de tribu.
“Hay que documentar esta conciencia”, dice-siente-piensa-codifica,
pero ya no hay muebles, voz, sonido, pausas o silencio:
la caricia universal que le entusiasma
lo va volviendo uno con el todo
—lo unifica, lo indefine—, borra todo lo objetivo;
se da cuenta: el tiempo y el espacio existen de otros modos,
de la inconsciencia a la conciencia se extiende el universo;
a un lado, adentro, cerca, ayer, hoy, o cualquier día
son lo mismo; la razón que lo impulsó al conocimiento
se ha perdido y no hay ya modo de regresar
ni tiene caso.
De Huecos necesarios (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2000)

RU-WA (LLUVIA)
•
Niña de noche y agua, estrella sola,
voy con todos los hombres a la guerra;
¿recordarás mi nombre
si un águila me lleva o si me ahogo?
Si el señor Akuniya está conmigo,
¿qué podemos temer?
Voy a medirme el hueso para que no estés triste:
verás que nuestra patria es fuerte.
¿Soy llanto por defender mi tierra?
Mariposa tornasol, si muero algo florece.
Es diestro el enemigo, pero yo también soy sangre,
soy un cauce de fuego, soy un río de espinas.
Cuando vuelva traeré una piel de tigre;
pero si muero o si me llevan cautivo al sacrificio,
¿recordarás mi nombre en la tormenta,
o cuando en la montaña cruja el filo de la tarde?
••
Ya suena el atabal del atacante,
los aullidos de un coyote en medio de la niebla
me recuerdan el llanto de los niños.
¡Que no sean esclavos los fuertes tlapanecas!
Señor del fuego como tigre en la montaña,
no permitas que tus hijos se conviertan en sirvientes,
no se vuelvan meretrices tus princesas.
Mi brazo no se canse y sepa hallar mi mano
el camino hasta la piel del invasor.
Que sea mi corazón un dardo hecho de lumbre.
Pero si no es posible que venzamos,
si caemos en batalla,
tú, señor del manantial y de la sombra como flor,
toca al enemigo:
en su pensamiento pon frescura
para que no deshonre el corazón de las mujeres,
hazle sentir los niños como suyos, no los mate;
y ella, la dueña de mi carne hecha pedazos,
sepa reconocerme en cada nube.
•••
Vi caer, atravesados por un rayo de frialdad,
a los hijos de estas tierras,
vi morir a mis amigos
como si el día se derrumbara hasta aplastarlos.
No he de negar que son valientes los aztecas
(son diestros manejando sus macanas,
sus dardos son filosos como el miedo),
pero sólo quien vio la guerra en tierra propia
puede saber el peso exacto de las manos.
¿De qué manera puedo hacerte comprender
que yo también quedé entre los cadáveres
y que ahora estoy como si fuera sólo mi corteza?
Allá, en la arruinada Tlapa, quedaron nuestros ojos,
nuestra sangre llenó de moscas las calzadas,
y la luz se ha vuelto más oscura que la noche.
¿Qué lluvia ha de borrar
el eco de las voces?
¿Dónde podré esconderme del silencio,
dónde hallaré mi sombra
para que el alma no se seque?
••••
Son cinco mil los casi muertos, los cautivos,
pero parecen
una sola sombra, una misma lágrima
bajando de los montes
para llegar casi seca al sacrificio.
Han de llevar amarrados los brazos del espíritu
a la espalda.
Hermanos de este sueño que se rompe,
¿qué podré hacer para no sentirme desgraciado
cuando en mis venas queda sangre todavía?
La de trenzas como estrellas amarradas
me dice que la ayude,
que importa más salvar los niños y llevarlos al futuro.
Asegura que alguien debe hablar por siempre
nuestra lengua de sollozos.
Aunque voy hacia otras tierras,
hermanos, primos, tíos de mi nombre y de mi carne,
mi corazón va con ustedes
como un pájaro apedreado
que no sabe cómo rescatarlos de este día,
y sólo pía y llora y vuela
hasta que las plumas comienzan a caérsele.
—
Han pasado muchas lluvias
desde que en Tlapa murió nuestra grandeza;
un río de meses
arrastró poco a poco los colores de mi cuerpo.
Aquí, en estos montes fríos y lejanos,
es el horizonte el filo de un cuchillo
con que se corta el cuerpo de la tarde.
Pero tú, mujer de agua despierta,
parece que aún tuvieras esperanza
de no se sabe qué mundo distinto,
como si la leña de otro tiempo
continuara quemándose en tus noches.
Los niños han crecido y no recuerdan
la sangre derramada de sus padres.
¿Qué podemos decir
para que no sean en vano aquellas muertes?
Ayúdame:
sobre mi voz llueve tu risa
y, antes del sueño,
ponme tu canción como una almohada.
.
—
¡Han sido derrotados los aztecas!
Que no se alegre nadie porque muera el enemigo,
que nadie injurie a los caídos en batalla.
Los más fieros capitanes
se defendieron hasta con los filos de sus sombras.
Los que de Tlapa fueron a ayudarlos
dicen que hombres, niños y mujeres
eran bravos guerreros, tigres acosados.
Señora, colibrí de alas soñadas,
¿qué será de los hijos y los nietos
ahora que murió de parto la crueldad
para que naciera su hija la perfidia?
..
—
Cuando vengan estaremos preparados
para darles batalla;
en el monte, en la cañada, en los sueños
estaremos armados de paciencia,
nuestro atabal de guerra sonará
hasta que se vayan o nos maten.
Ya lo sabes, si somos derrotados,
tomaremos a los niños para llevarlos a otro día.
Y cantaremos como lluvia nuestra historia
para que no se olviden de los nombres,
de los nuestros y los suyos,
que aunque sigan siendo los mismos serán nuevos.
Y si los esclavizan,
tampoco temas, ya sabemos que todo es pasajero;
algunos, señora de mis manos,
han de tener valor para romper la oscuridad
como a un espejo de obsidiana
y harán flechas para agujerar cualquier prisión.
Algunos también sabrán juntar las gentes
para que vayan de una vez por todas
a mandar a la injusticia a la chingada.
De Caminar el miedo (Casa vieja, 2001)

15
Estas palabras
ya usado
en parecidas.
No problema quienes
comprenden sonríen;
incluso piensan
nada nuevo
aquí,
dejarán
entrar país,
trate con mudez
pretendo.
Pero los suponen
dueños lenguaje,
otras cosas
pedirán,
tratarán cobrar
intento.
Igual pongo:
tú
comprenderás.
De Migraciones (Sna vun, 2003)

MÁS ALLÁ DE AQUÍ
Más allá del norte empieza el sur,
más allá del deseo se levanta la codicia,
después llega el fastidio,
se redobla el esfuerzo por abandonar lo ajeno;
más allá de ti está el silencio que me espera con un golpe de humedad,
más allá estoy yo con un pedazo de miseria en la garganta,
con un redoble de marina purulencia,
con un caín lleno de bondad en el espejo.
Más allá está esto mismo, aquello que alguna vez dejamos ir
como si hubiera algo más allá,
como si quedará más allá otro allá, otro pedazo de comienzo.
Más allá no queda nada sino la nada misma
de donde todo ha de nacer de nuevo como siempre,
retorciéndose como un gusano en medio de la sal de la conciencia;
más allá sigue enredándose algo que ya no tiene luz
sino fugacidad de todo, de terror aglutinado
que embelesa algún instante de algo que se mueve apenas,
un grito en cambio eterno, en espiral constante.
Más allá o más acá, ya no es lo mismo,
porque lo mismo queda en eso que se dice,
es sólo más allá,
como decir: aquí.
De Horizonte de sucesos (Antinomia, 2007)

ADORMECIDAS PALABRAS SUEÑAN DESPERTAR
1
Este es un poema de bajo presupuesto
o quizá es un sueño que ha pasado de moda
aunque tiene sus misterios igualmente:
advertimos que a falta de metáforas
le hemos puesto vidrios de colores,
un espejo algo viejo, deslucido,
una nube muy blanca
y un pequeño cacto casi seco.
A falta de un buen ritmo
repetimos una y otra y otra vez
la palabra silencio
y a cada rato usamos el qué,
muchos artículos, la “i” griega.
El libro del que forma parte
no llegará a tener la cantidad
de cuartillas que exigen en los premios.
Por otro lado, importa poco:
quién sabe cuáles
sean realmente los criterios
para asignarle esos dineros a uno sólo.
Igualmente es poca la poesía
para gastarla así,
por algunas monedas de plata.
Ya se dan cuenta
que recurrimos sin temor hasta a la prosa.
Lo importante es que el poema
tendrá en algunos lados agujeros suficientes,
no para admitir por ellos
el flujo de la luz o la belleza
sino para que permita ver
cómo hasta la palabra más reseca
es capaz de mostrarnos el mundo.
De Sueños de bajo presupuesto (Antinomia, 2008; La trucha y la tarántula, 2010)

LABRA LA PALABRA LAPA
9
Me encanta cantar en karaokes,
ver telenovelas a la luz de las velas,
me apasiona escuchar al presidente
—tan decente, tan buena persona—
cuando dice con la cara triste
que la vida va a ponerse cara
pero que ni de chiste vamos a rendirnos
—se siente por adentro algo bonito—.
Me gusta dar un grito a veces
cuando avisan que el más rico es “mexicano”
y seré pobre pero soy patriota:
no critico, no digo ni jota si mi paga
parece más de cobre que de plata,
me halaga cuando dicen que se trata
de que nuestro trabajo mal pagado
es de todo el agrado del gobierno:
todo un ejemplo porque atrae inversiones
y lloro si en el templo el señor cura
nos habla del infierno de otro mundo
pero nos da sus bendiciones conmovido
por cómo hemos vivido tan callados,
aunque en lo más profundo de la mente
el velo indiferente se levanta un poco,
dándome la impresión non sancta de que ríe
y —no es que desconfíe— pero volteo:
me coloco de lado, con el burdo temor
de que ese absurdo deseo de dudar
arrebate mi cara y me delate.
De Pasión por la indiferencia (Instituto Mexiquense de la Cultura, 2012)

No sólo suenan rastros de susurros
por el baldío rostro del diablo
en el instante en que azulea lo verde
al borde de lo rojo y raja la calle
donde sangre agrega gris y calla,
crece dando tumbos
mientras tiembla la mañana,
la maraña de lo intrínseco y lo inerte.
Aunque lo fácil y veloz rompa de nuevo
lo viejo y surja de ese golpe
un fruto sin futuro,
voces salen de sí y musitan música
para los otros, los rotos, los comunes
en caminos marginales o táctiles,
aun con sus causas heridas, sus caudas en caos,
con corazones huyendo
hacia la salvedad de la belleza
—salva sea su desolada edad—
o a la cercanía del amigo o de la imago
donde punza menos la pinza del dolor.
De Para no más (Canapé, 2013; Editorial La Boruca, 2017)

NADA REGRESA
Los dos maestros de levita,
cobrizo el uno, mestizado el otro,
van por el camino recordando versos,
caminando a veces, deteniéndose,
hasta que el de Tixtla
juguetonamente inquiere:
¿qué piensa hoy, maestro Ignacio,
de su discurso tan temido
que aquel día en la academia de Letrán
provocara tanto escándalo:
“No hay Dios, los seres de la naturaleza
se sostienen por sí mismos”?
¿No duda ahora, aquí,
mirándonos mirar tantas palabras
entretejiendo corredores, patios, fuentes,
mientras alguien va leyéndonos?
¿No será ese que nos nombra
de algún modo creador nuestro?
Pero, ¿qué dices, querido tocayo?,
responde el otro y se detiene:
si no supiera ya que es sólo un juego,
tal vez para tu próxima novela,
me enojaría contigo.
Recuerda qué tanto hemos luchado
para volver la educación
gratuita, obligatoria, y sobre todo laica.
Sabes bien cierto lo que esa vez expuse:
por eso ahora aquellos árboles frondosos,
los corredores recubiertos con tejados
y las personas que debajo nos esperan
sentadas a una mesa frugal pero exquisita,
sólo pudieron haber salido de tus textos
(por cierto: bajo aquella sombra reconozco
al señor Martí, a Riva Palacio
y al pensador Fernández de Lizardi).
Esas imágenes, antes que en la mente
de quien ha escrito esto,
estuvieron en la tuya.
Es decir: tú has puesto la raíz de este paisaje.
Y los dos andamos por aquí
no porque
“todo un Dios nos ha vuelto a la vida”,
como alguna vez ya puse en un soneto,
sino debido a que quien ahora nos percibe,
reflexiona y refleja
aquellas ideas que entre los dos
logramos hacer más perdurables.
¿Qué sería del apellido Altamirano
si no lo hubieras vuelto tú tan firme
aunque no fuera el de tus ancestros?
Quien te menciona te ha leído
o al menos algo de ti habrá escuchado,
y tú utilizas ahora, junto con él (o ella),
su pensamiento para estar aquí otra vez,
caminando y cavilando, riéndote.
¿Y quién se acordaría de que Ramírez
era apelativo de quien soy
y que algunos recuerdan nada más
como el despreciado “Nigromante”?
Casi nadie, por supuesto, si no fuera
porque nosotros, los seres
de esta casa hecha de ideas,
sin necesidad de creadores, laicamente,
nos hemos sustentado
a nosotros mismos.
Afortunadamente, quien nos lee
también lo sabe ya
y difícilmente va a olvidarlo.
De Casa de páginas abiertas (Editorial Versodestierro, 2013)

CASI CANTO
IX
Yo estaba viendo el aire pápago,
vi la luz zulú volando libremente
hasta mi cara yanomami.
Pawnee, dakota, maorí,
pawnee, dakota, maorí.
Me dieron ganas de bailar,
de canto guaraní,
de compañía ñu savi, de árbol náhuatl, de mapuche.
Yanomami, pápago, zulú,
yanomami, pápago, zulú.
Pero yo estaba me’phaa solo, innuit sin sombra,
así que me quedé
viendo, wirrárika, una nube.
Tzotzil, tzeltal, tojolabal,
tzotzil, tzeltal, tojolabal.
Hasta que tú viniste maorí, hasta que todos
llegaron a cantar dakota, cantar conmigo pawnee.
Haida, kwakiutl, guaraní,
haida, kwakiutl, guaraní.
Entonces me callé, puse atención tojolabal
y oí que el sol tzeltal también tzotzil cantaba.
Innuit, wirrárika, me’phaa,
innuit, wirrárika, me’phaa.
De Canción del bárbaro (Ediciones Trinchera y Editorial La Boruca, 2018)
