
Siempre tuvo el cabello largo, al parecer. Socióloga, promotora cultural y poeta. Su poesía habla de un tiempo donde se podía estar horas en el ahora desaparecido Café Astoria; ahí se veía pasar la tarde, el puerto, los dos o tres intelectuales sudorosos siempre.
Muestra de obra
El acto del desamor ocurre como los pájaros en la mañana
Te hubiera dicho madre que caigo
al lado de una hormiga pequeña y roja
de pronto, como lechuza en aquella tarde
en que tu volteaste en la frontera de los pájaros
Aquí está mi mano izquierda
con la pequeña cinta naranja partida en dos
pensando en tu pecho frágil y angosto
como el camino de la pequeña hormiga
Te hubiera dicho madre
que hay demasiados caminos que no conozco.

El cadáver de mi madre sobre la silla
El cadáver de mi madre se ha sentado en la silla que no le corresponde
se ha puesto un sombrero lleno de flores de cuatro estaciones
usa un vestido verde pasado de moda
porta el color de una ballena en peligro de extinción
Es una intrusa digo a los invitados de honor
Ella insiste en servir agua caliente a las hermanas de Emily Dickinson
En sus labios no hay misterio ni profundidad
florece así, lado a lado
la mala luz de mi cuerpo.

El hombre que pude haber amado
El hombre que pude haber amado,
camina entre la multitud a doscientas cabezas de distancia.
Tiene un suéter blanco y un pantalón azul mezclilla.
Estoy segura que ama los pájaros. Es alto, apuesto y sin panza alguna.
No toma una copa de vino en el balcón de su casa y tampoco frecuenta la cantina de su barrio, ni se pelea con desconocidos, ni insulta a sus amigos alcoholizados.
El hombre que pude haber amado jamás irá a la cárcel por crimen alguno,
camina tranquilo entre la multitud, a doscientas cabezas de distancia, se detiene a orilla de la calle, espera a que el semáforo llegue a verde, cruza apacible la avenida, le da un beso a una hermosa mujer que también imagino pude haber sido yo.

Lidiamos con las cosas
Lidiamos con las cosas del destino,
como si fueran estrellas fugaces en nuestros cuerpos.
Lidiamos con tantas cosas del destino, con el beso ausente.
Lidiamos a diario para encontrar conexiones al vuelo de los pájaros
y tratar de entender si el encono, el abandono, la traición,
el vacío, tienen un propósito de vida.

Amo las cosas que no llegan
Amo las cosas que no llegan a ningún lado,
los poemas que nunca se terminan de leer,
los libros cerrados a la mitad, sin reflexión alguna,
aquellas notas de Chopin que nunca logro distinguir.
Amo los días que amanecen soleados y terminan en aguaceros nocturnos.
Amo los ojos del farmacéutico que nunca tiene el medicamento que necesito.
Amo este cuerpo cruzado entre dicha y llanto,
que se esfuerza en ocultar la fractura de su rodilla izquierda,
pero más amo levantar telones, reparar cortinas,
enmarcar fotografías de tigre y levantar toda la ropa interior de mi recámara.
Amo todo lo que me recuerda a la que fui, porque en ella encuentro suficientes motivos para no olvidarme.
Amo las nieves
Los chocolates
Los listones multicolores y el multiverso de tus ojos,
los amo, amo a todos pero igual
pude haber dicho los odio.

Adentro 1.
Todo sucede adentro como sucede la luz dentro del ojo, -me dijiste, aquella vez que salimos de paseo con los peces. Sucede como sucede la sombra dentro del pozo, sin que nadie lo detenga, sin que haya ladrillos apilados para amortiguar el golpe, -te respondí. Sucede así, de pronto -como la mar-, sin más, justo en el instante preciso del accidente en nuestras manos.

Adentro 2.
Somos cazadores de la idea que tenemos del amor. Una luz a punto de estallar al centro, donde todo sucede, donde las aves grandes practican vuelos imperfectos, -me dijiste-, al momento de cerrar más abajo las llaves de mis ojos. Camino contigo sin distancias para no despertar las aves de mi corazón, -te dije-, en el instante de abrir las aulas a los pájaros muertos.

Murió el tío Plutarco
1959
El sur y el norte
Ajenos a la muerte
En 1959 murió el tío abuelo Plutarco Suástegui Gutiérrez. Tenía 39 años. El pobre no se enteró que ese mismo año inició la guerra de Vietnam que terminaría con una victoria sobre el país al que años antes había emigrado.
Cruzó la línea y no se convirtió en pájaro. No alcanzó la compensación de los braseros. Su nombre jamás apareció en la lista de la Defensa Nacional.
Una amiga de adolescencia, que vivía en Iguala, -junto a la casa donde pasó su infancia Elena Garro-, avisó a mi abuela, con una tarjeta postal, la noticia de su muerte. Causa desconocida. Pésame tenue.
Algunas cosas que se van vuelven para devorarnos vivos.
Murió en la cárcel de Arizona el mismo día que los rojos iniciaron la guerra del silencio y del camuflaje. Su cuerpo quedó inédito del llanto de los nuestros. Mi abuela no recordó su última mirada. Yo lo conocí en una foto en blanco y negro. Revolotea bajo y no levanta el vuelo.

Todos fuimos agua
1978
Premio Nobel de Literatura a Isacc Bashevis Singer
Peces multicolores en el cuerpo de mi abuela
A veces pienso en algún pariente lejano y todas las cosas que fui empiezan a desvanecerse.
En 1978, mientras Isacc Bashevis recibía el premio Nobel de Literatura por su novela Un día placentero, relatos de un niño que se crió en Varsovia, mi abuela Taurina Suástegui me contaba la historia maravillosa de los peces multicolores, o al menos, es lo que dicta mi memoria.
Asomada desde el fondo de la tarde, su figura atraviesa como una fruta madura. No es de ella el viento, al menos eso parece más allá de cualquier olor entre las aves.
Solía elegir al azar algunas palabras que por las noches trazaba en un cuaderno viejo.
Yo la miraba como un animal silvestre aniquilado.
Vacilaba entre la silla de madera y su tenue expresión de río y arena.
Todos alguna vez fuimos agua, decía, antes de empezar el sueño. Otros fueron mariposas, campos abiertos, y también los hubo que yacieron furias sin nombres condensadas. Peces atrapados en botellas antiquísimas, arroces hechizados, historias que prolongan vidas.
Siempre que recuerdo esta imagen, me quedo estancada en su memoria. Me queda la duda entre las rosas amarillas y los peces que se multiplican como un vaso de miel junto a su espejo. Ahí me quedo, esperando a que llegue el retorno de mi infancia.

Es un hospital de pájaros
1456
La batalla de san Romano
La voz de un petirrojo
En 1456 Juan de Luna y Pimentel, noble castellano vivía en casa de La luna, azorado por el viento cálido de su cobardía.
Murió en declive, justo el día en que Paolo Uccello terminó los frescos de la Batalla de san Romano. Intervención decisiva al lado de los florentinos.
De esta imagen no conservo ningún recuerdo. Mientras hablo podría cruzar la voz de un petirrojo y dormir entre dragones de infinita luz.
En su lugar, entro al hospital de pájaros y un aleteo remueve el caos.
La vida imaginaria de las aves es un resplandor tocado por los ángeles.
Aparecen más cadáveres que pájaros en los campos de batallas.
El ave sestea, se topa con un ángel herido.
Es un caballo blanco plantado en una superficie gris, contiene pequeños huecos que simulan agujeros negros. En el fondo, nebulosos hombres caen al pie de árboles marchitos.
La velocidad del tiempo es energía condensada.
A pesar de que Paolo Uccello era un gran aficionado de las aves, en sus frescos abundan los caballos. Nada es extraño, también hay hospitales para hombres que saben emprender el vuelo.

Hay golpes en la vida
1918-Sin fecha
César Vallejo publica los Heraldos negros
Es un sueño repetido de la humanidad entera
La tragedia pasea con rumor de invierno soñado.
A media voz se cambian las señales de los vivos, no así las señales de los muertos.
Mi hija pequeña dice que pasamos más tiempo muertos que vivos, mi hija mayor es una fanática del sueño, camina sobre una araña enorme y despierta diciendo: “estoy muy bien”
Hay algunas nostalgias que son imperiales, otras cotidianas y unas más fantasmales.
Cesar Vallejo murió un día 15 de abril de 1938.
El amor es un residuo que nos levanta.
Emily Dickinson decía que el mes de agosto le había dado las cosas más importantes de su vida y que abril se ha robado la mayoría de ellas. Octubre me aturde. La soledad no es nueva para nadie.
César y Emily saben conducir cada cinta de fuego y volver para amar a los ausentes.
Un mes de abril murió mi amigo José Reynoso Álvarez. Estudió sicología social en la década de los 90. Le dieron un disparo en la cabeza en su consultorio médico. A su lado fue encontrado un artículo de Jung con el diagnóstico exacto de la tejedora de los sueños.
Murió también mi amigo Iván Ángel obsesionado con los poemas de Revueltas, perdió el equilibrio y cayó de una azotea de cinco pisos un mes de agosto.
Murió Roberto, su cabeza rodó como una uva verde madura en el mes de abril. En el mismo mes murió el papá de mi prima Briseyda Clemente Roque, en sus últimos días su pierna herida fue removida desde su origen, buscaba ganar la batalla donde dejó perdida su esperanza.
En el mes de julio de 1997, murió mi primo Armando Villalba Clemente. En navidad, con un golpe de frustración celeste, me había anunciado la hora de su muerte. Tenía 39 años, tres hijos y una mujer morena, por más que lo intenté no pude llegar a la hora de su entierro.
Murió la vecina Ma´Nacha. En la madrugada de su muerte la soñé en el marco de su puerta apolillada, me llamó para que le fuera comprar carnes rojas, magnolias y peras tiernas y maduras.
Murió mi tía Edelmira Suástegui, nunca se casó pero siempre estuvo enamorada de un escritor que murió inédito.
También han muerto millones de hombres en el conflicto árabe-israelí y otros tantos miles de sirios y africanos, de los que no guardo ningún afecto, no conocí la historia de ninguno de ellos, ni a sus familias, novios, frustraciones o amores imposibles y posibles como un horno en el que nada se quema.
Murió César Vallejo un jueves de París con aguacero.
A lo mejor soy otro, dijo, andando por el alba. Todos lloramos su muerte aunque no hayamos presenciado su sepelio. La humanidad entera no recuerda dónde yace su cuerpo. La tristeza del lenguaje se diluye con la cotidianidad de las palabras.
Este año murió Gabriel García Márquez, quien amó siempre en tiempos de cólera; murió José Emilio Pacheco en el parque desierto una mañana; murió Juan Gelman que siempre anduvo en busca del mapa que lo llevara al retorno de su infancia.
También murieron más de 500 pasajeros en las líneas aéreas de Asia menor, alcanzados por un fusil de nueva tecnología. Murió una hormiga y el gatito de mis hijas.
Ayer murió un joven vecino lleno de vino azul y racimos de uvas negras. Su cuerpo fue encontrado a la orilla del río Nilo, traía un dije sin el dominio de la caverna.
El día de ayer murió mi cuerpo, en manos de grandes dientes giraba como el mar. Rebasó todas las expectativas, y mis ojos desaparecieron con la luz de la tormenta. Dos lágrimas bajaron por mis grandes dientes de leche.
Hace 100 años murió Chejov sin poder contemplar las tres rosas amarillas. También murió Octavio Paz en el silencio opaco de sus días; murió Efraín Huerta, rodeado de jardines de luces y de nieve; murió José Revueltas, con su cruz andando.Murieron llenos de espectros, de sombras y de pasos, arriba de una nube azul y un río negro.
Por lo conocidos y familiares hacemos un novenario y altares para muertos; por ejemplo: en el funeral de mi tía Edelmira, acudieron al sepelio, (con más tristeza que los árboles), mi madre quien recitó un poema, mi tía Odila, mi tío Salomón que vive en la ciudad de México, mi tío, mi tía Docha, mi Pancho, (con su cáncer a cuesta), mi tía Judith que sigue haciendo pan seco, mi tía Socorro, enferma de diabetes, mi tía Licha, que vive frente a una gran playa contaminada, mi tío Rodimiro que días antes fue picado por un panal de abejas africanas, permaneció dos días en un río de lodo, y se impregnó la espalda con un distingo de dignidad y muerte.
En cambio, a la muerte de niños acribillado en Irak, a la muerte de egipcios en las calles, o la muerte de jóvenes mexicanos masacrados, a esas muertes no acudió nadie de los nuestros, ni de los ausentes tampoco, ni los que habitan en grandes rascacielos o los que vuelan de Argentina a desayunar plácidamente en los mares de Grecia.
Nos enteramos por tv, y es como si hubieran muertos murciélagos, lobos salvajes, conchas abstractas, cangrejos viejos, o claveles exóticos del oriente.
Mi familia que ha vivido más de 1000 años sin escuchar música clásica, no se sorprende que el mundo pueda seguir sin ellos.

Prehistórico 1
El búho mira por primera vez la piel abierta de un niño
El niño herido pasea sus hilos de sangre
A lo jejos, su olor a presa desfila
en las pupilas de animales hambrientos
Él no lo sabe que pronto será una presa.

Prehistórico 2
Todos somos propensos a la soledad, a sentir el vacío en el vaso de agua lleno, a mirar la pequeñez del mar, la orfandad en días de fiestas, el sentimiento quebradizo de las aves, la violencia, el ruido de los animales muertos, la fragilidad interna de la sangre, el inexorable aire de los campos.
Lo único que no podríamos hacer, es vivir el tiempo lento de los árboles.
No sabríamos conversar mil años las mismas cosas, recibir la misma lluvia, anochecer la misma noche, hacer la misma acción, quebrar ramas, nacer hojas, echar raíces, mirar cielo, encontrar el sitio donde habita Dios, conversar, decirle que la expulsión del paraíso no fue buena idea, que los bosques mueren solos, que hay profundas diferencias en las tierras cultivadas, en el recuerdo de los niños, que no se explican por qué no pueden amanecer pájaros azules.

Prehistórico 3
Hay una rama pequeña que no cambia de lugar.
Ahí nació un día de lluvia ácida, al amparo de cuatro ojos que miraban el alejamiento de la tierra. Ahí creció todos los días. Sin comprensión alguna, era contemplada por hombres asustados por la lluvia
No ha cambiado de sitio, anduvo por delgados troncos semejante al dorso de un pequeño monstruo, devino después en troncos más pequeños que la luna, parecidos a la mente de una mujer pasiva.
Ahí sigue anclada, mira pasar aves migratorias, pequeños gusanos de los que nunca sabrá sus nombres. Ahí estará por varias etapas de la tierra, atravesará el tiempo imaginario de los dioses, el tiempo profundo de los minerales, el nacimiento de la lengua.
Nosotros que sólo conoceremos su tiempo presente, -intentaremos, forzados por la apariencia-, nombrarla de alguna manera. La llamaremos silvestre y en cualquier día en que nuestras manos como falsos acertijos nos indiquen, la cortaremos.

Túneles cascadas
Hay túneles cascadas, eléctricos, de madera
Túneles desnudos, infantiles
Túneles de odio, de corazón
llenos de hormigas, de serpiente multicolores
Túneles angostos
De angustias, de breves orgasmos
Túneles morados, de palabras.

Túneles de nadie
Túneles en los que nadie te besará
como si te hubieran extrañado
Túneles con sueños
Túneles despiertos, estúpidos, dolientes
Túneles con olor a lavanda
Túneles derechos, izquierdos
Túneles ambidiestros
Túneles absurdos, amargos
Túneles que no alcanzan para un odio prolongado.

Hablar a solas
Hablar a solas
Sin espejos que te reflejen
Ser luz entre las sombras
Memoria entre el olvido
Claridad entre la noche
Hablar a solas con el cuerpo quebrado
Lejos del amor y la ternura
Dispuesta en un vuelo sin retorno, sin palabras precisas para el ocaso
Hablar sin que nadie escuche, expuesta al escarnio de la tristeza
Donde los lirios son gusanos espaciales
Las estrellas noches sin infinitos
Los caminos del odio sin palabras que los detengan
Hablar a solas, con el amor envilecido
Con la palabra de amor entre mentiras
Como un costal de sal que nadie quiere
Hablar sin aquellos espejos quebradizos
Hablar a solas en la noche, en las mañanas
donde nadie presta atención a un dolor particular.
