
Escritora de lo cotidiano y lo fantástico, que en cierto modo son lo mismo. En su voz habitan lo mismo espectros del pasado, que el sarcasmo más sutil. Usa botas altas y labios rojos.
Muestra de obra
Cochecito de bomberos
Por un momento se preguntó si había muerto. De frente al espejo le pareció que todo marchaba bastante bien: su cabello se veía hermoso, el niño había comido todo su desayuno y a ella el pantalón le había cerrado a la perfección. Todo iba insólitamente bien, excepto por el incidente en la cocina, cuando un punzante dolor en la cabeza y una terrible somnolencia la obligaron a levantarse del asiento y dejar sobre la barra su plato de cereal a medio comer, por alguna extraña o afortunada coincidencia se le ocurrió mirar hacia la estufa y descubrió las perillas abiertas. Entendió de inmediato la somnolencia y la pasividad del niño.
Con un súbito temor creciéndole en el pecho corrió hasta la ventana para abrirla a tope, sacó al niño de la silla periquera y caminó a prisa hasta la terraza. Fue después de una bocanada de aire fresco, que volvió al baño y se encontró con aquella visión de ella misma perfectamente hermosa: con los rizos bien formados sobre sus hombros, los labios húmedos y rojos y las pestañas largas y oscuras brillando sobre un par de ojos iluminados por el temor.
¿Será que estoy muerta y que esta quietud es una señal de que he cruzado al otro lado?
Miró al niño esparciendo los juguetes sobre el tapete, el desorden habitual volvió a acomodarse entre las cuatro paredes de la casa. Se calmó, imaginó que, de estar ya en el otro lado, el ruidoso cochecito de bomberos no tendría el poder suficiente como para desquiciarla.
