
Su foto de perfil es su manifiesto: su cabeza al revés. Pretende ser ligero, irónico y listillo: epistemológico. Es profano-coreano-playero y su trabajo habla de lo fragmentario, lo posmoderno y lo inútil de intentar algo nuevo. Por eso, de ahí que cite a Flans cuando le piden que se describa a sí mismo.
Muestra de obra
La Princesa
En mi afán de ser sumamente solidario e igualitario, crié a una perra tan más floja. La Princesa, se llama. Gorda como la chingada. De unas lonjas, ‘ijo pa’ qué te cuento. La pobre no puede ni pararse de la gordura. Bueno, y que le digo: ¡Ya perra! Vas a tener que cazar tu propia comida.
¡Y que empieza a ladrar y morder! Ay, condenada. ¿Así serán estás perras criadas por camaradas? Yo creo le voy a poner veneno. Es tan floja que con tal de no cazar, solita se envenena. La última vez que le dije que se pusiera a cazar, se escapó de la casa. Allá fuera, llore y llore. Siempre llorando, que esto y que el otro. Puro llorando y ladrando al cielo. ¿Creerá que canta o qué? Ay no, pobrecita mi Princesa, a veces me da lástima. Pero es lisa. Le ladró al cartero, al vecino y hasta a los nuevos perritos, solo porque le dije que no servía para nada más que para hacer popó, llorar cuando se encuentra con una perra de verdad y mover la cola pero solo a lxs que ve que sí traen comida. Es muy de desconocer ella. Sí. Dijera mi abuela: quedabien. Y enamorarse, creo. O ni sé. Está medio fea, pero tiene su gracia. O igual es que yo todo lo quiero ver bonito siempre. La Luchita me contó que andaba con el perro ladrón del vecino, el chato. Ay, mi princesa. Bueno, quién sabe verdad. La vida de perros a mí qué. Pero voy a creer que solo porque le dije que hay que cazar. Ay, no. Qué cosas. Ya le expliqué que llegaron más perritos al refugio y que necesitan más cuidados que ella, que ella ya está vieja. Pero no, no entiende. Imaginen que tuviera una hija y me saliera igual que esta. Ay, no. Muy mal padre sería yo. Sí.

478
478 también está en la fiesta y se la pasa dando vueltas alrededor para que lo vea, es como esos gatos que dan vueltas y vueltas para decir lo que quieren, como un perro que no deja de verte o como un viejito que cambia y cambia de canal para decir: no quiero ver la TV. Lo veo y me despierta algo lo suficiente débil como para hablarle, lo dejo pasar. Algo me llama y voy a la ventana, me asomo. 478 está a lado y accidentalmente fingido, se pone más cerca y pega mi mejilla con la suya. Sigo grabando lo que veo por la ventana, un huerto de mar que no usa tierra ni barcos, son como viñedos que parecen redes de waterpolo. Hay tres barcos decimonónicos occidentales rondando pero las banderas que ondean son las de Japón. Grabo el huerto de mar. Nuestras mejillas están lado a lado y, para que nadie note que estoy grabando y él solo pegando su mejilla, dice: Mira, escucha esto; y me acerca más para escuchar los dos de un mismo auricular. Se escucha distinto, ¿no? Sí, le digo. Paso mi mano por debajo para abrazarlo. Los barcos siguen flotando y los viñedos lanzan reflejos de vez en vez. Las mejillas lampiñas de hombre son algo que ahora se siente bien. Tal vez en este punto es demasiado obvio para la fiesta que ni veo el paisaje, ni escuchamos con tanta atención al sonido que sale del audífono. Tal vez sí, pero que no es lo principal. Se escucha como el olvido, me dice. Sí, así suena. Despierto.

Una cosa
Deberías concentrarte solo en una cosa. ¿Una cosa? No tienes idea de lo que estar aquí dentro, todos los detalles son juntos y a la vez. Ahora mismo tu boca y los movimientos de tu lengua, la saliva que produces, el tiempo que tiene tu vello facial, el olor de tu pecho, la última vez que te cortaste el cabello y evito ver tus ojos para no ver lo que no debo ver. Ahora mismo te escucho y escucho al señor de lado muy molesto y a la chismosa de aquella mesa metiendo cizaña a su amiga, los dos perros que caminan por la playa y al gato que acaba de saltar detrás de esa palmera cuyas hojas se mueven por un viento que se ha repetido cuatro veces en las dos horas que llevamos aquí; al desesperado mesero esperando a que consumamos más, a aquellos enamorados que fingen no estarlo y a aquella a punto de llorar. Recuerdo la última vez que estuvimos juntos e intento que no se me noten mucho mis pupilas dilatadas, que mi garganta se cierra y tragar saliva cada que miento diciéndote (ahora mismo) algo como: no recuerdo. Aún y con todo este ruido, hago mi mayor esfuerzo para concentrarme en ti, ahora.
¿Debería concentrarme en una cosa? No puedo, estoy en seis ciudades, dieciséis reglamentos y veintitrés cuentos, tal vez en un corazón y ciento cincuenta y tres estómagos. No puedo concentrarme en una cosa, pero sí puedo explicarte esto a ti, ahora, por ejemplo. ¿No creerás lo que dicen, o sí? ¿Te lo he contado? ¿Ves? Algunos personajes guardan lo verdadero hasta el final del relato.
El otro día leía de como la electricidad humana es más fuerte mientras más violencia ronde alrededor, rarísimo, conexión en tiempos violentos, como si hubiera una relación entre amor y guerra, entre guerra y belleza. Me tranquiliza pensar en ti, me tranquiliza en que sabes que eres tú a quien se lo dedico. Me tranquiliza que puedo soltar esto aquí y solo los voyeristas habrán llegado hasta acá, esperando encontrar algo que no encontrarán, porque nada de esto es cierto.

Tan vivo, tan muerto
Por fin, mis piernas no responden y lanzo patadas entumidas. Veo manchas, luces y cosas que no sé qué son o ni puedo nombrar. Siento superficie detrás de mí, debe ser una cama. Estoy acostado porque imagino que no hay forma de soportar mi cuerpo; pesado, oscuro, ajeno. Veo luces, manchas y colores que no son colores, como cuando mezclé todas las barras de la caja de plastilina. Colores ígneos meteorito y ríos de lava gris, amarillos muertos y un mundo que no es el mío, quiero decir, nuestro. Mi cabeza es tan grande que pesa y no la puedo levantar, ni mover, ni nada. Siento algo que no sé qué es. ¿Miedo, hambre, ganas de moverme, impotencia, potencia, entumecimiento? Solo puedo hacer sonidos para llamar a alguien. La voz no me sirve y lo que sale de mí es algo parecido a un “Ah”. Lloro. Qué cansado es no saber qué siento. Despierto angustiado y alterado, propio de la post-pesadilla. En todo caso, si no es un recuerdo verdadero, es el más construido que he hecho respecto a qué se siente ser un bebé. Tan vivo, tan muerto.

¿Si tuviera una patilla estilo Vicente Guerrero te fijarías en mí?
Anoche soñé con Guerrero, íbamos por un helado, me acarició el cabello, dormí en sus piernas, me enseñó a usar un rifle. No hablamos. Jugamos en una hamaca. No sé cómo hablaba, sólo el sonido de su garganta y ronroneo cuando regresaba el golpe de tiro. Después me agarró el hombro. Caminamos media hora por plantas y caducas. Iba tras de él, veía como sus botas marcaban el piso, tenía los pies más grandes que yo, me pregunto si algún día tendré ese tamaño. Le vi la espalda e imaginé ser él. Llegamos al poblado, allá estaban los demás, me dio dos palmadas y me devolvió el ánfora de piel que hizo mi abuela. Regresé a la casa llena de mujeres, mi madre, sus hermanas, mi abuela y sus hermanas. ¿Cómo te fue con el general? Bien, comimos helado y me enseñó a usar un rifle. ¡Helados y un rifle? Los niños de la calle se perseguían y jugaban a la guerra. Yo quería ser el general (solo cuando él estuviera) o comer helados con él, no sé. La gente le temía, tampoco sé por qué. Me contó cuando un jaguar le vio a los ojos, de pozas malditas donde se bañaba y otras cosas. Creo que el general no tenía con quién hablar, creo que odiaba a las mujeres porque veía cuando les gritaba, y creo que a sus hombres los maltrataba. Creo.
Fui a mi rincón a cortar hojas y echarlas en agua, ver hormigas y gallinas, ver al agua cuando cae de la pila donde lavan y a cambiar el curso de un río con piedras y su color con buganvilias.
No sé qué vamos a hacer con ese niño, escuché a la tía; aquí necesitamos soldados o cocineras.

Car Crash. La Muerte en coche
Hay algo de poético en la muerte por accidente en coche. Lo hay porque es la muerte por velocidad, lo es porque quien choca muere veloz, su exceso de velocidad es muerte, ganarle al tiempo es muerte y precipitarse es morir, precipitar que es correr apresuradamente, lanzar de cabeza, por delante, TRRRROOOMP. ¿No es curioso que sea esta la muerte favorita de los EE. UU.? Con sus amplísimos highways de cinco carriles, el gusto por la velocidad, el progreso, la aceleración de la economía, rum rum, las carreras para ganar siempre el primer lugar, tener un triunfo, tener un trumph, en competencia, en la libre competencia. Aprendiz, motores y nitro, quemar combustible, hidrocarburos; comprarlos para gastarlos, derrocharte y precipitar el fin. Bandera a cuadros, Meteoro y muerte.
La muerte norteamericana es Jackson Pollock ebrio con su parabrisas roto y salpicado en sangre, es Warhol tomando instantáneas del morbo accidental de un car crash. La muerte norteamericana es un coche deportivo-rojo, torcido y compreso como lata de Coca. Carrrrrrrrrr. Hay en carrrrrrrrrr el sonido de muerte. Coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche coche. La muerte gringa es James Dean penetrado por su coche, asesinado por su propia máquina, rapidín, la juventud interrumpida, ebria y sin frenos. Mujer no maneja. Marilyn se vacía en la boca una caja de píldoras. Mujer no maneja. Las copilotos mueren por sus veloces novios. Las copilotos vuelan. Las copilotos vuelan y se estrellan. Las estrellas colapsan y mueren veloces. Las estrellas deben morir como estrellas, porque la muerte gringa es James Dean penetrado por su coche, asesinado por su propia máquina, rapidín, la juventud interrumpida, ebria y sin frenos. Sin frenos. Coca torcida y compresa, como lata. Como lata y sin frenos. Sonríe, has muerto.
