
Los vientos del norte la trajeron al territorio de las tiritas, lugar en el que aún se debate si zanka se escribe con zeta o con ese. En sus tiempos libres escribe. Se dedica a dañar psiques adolescentes y a promover la cultural en la clandestinidad. Dice que estudió algo sobre letras, pero nadie le cree. Nunca ha entendido la escala cromática.
Muestra de obra
Había una vez
Había pasado ya una semana desde que Marisol
ingresara al mundo de los objetos y las personas perdidas.
¿Dónde estaba? Era imposible saberlo. Entre los desechos no hay jerarquías,
cuando se busca ahí existen las mismas posibilidades
de encontrar un zapato viejo que a un estudiante desaparecido.
El huésped. Guadalupe Nettel
Este era un país en el que cualquier evento histórico, persona, especie animal, ciudad o instrumento de cocina podían perderse. Extraviar era un acontecimiento del día a día. Ciudades completas, con todo y habitantes se esfumaban de la tierra, y apenas quedaban dibujadas en un mapa polvoso al que nadie volvía. Todos sus habitantes estaban seguros que hoy podía ser su Día. Fue El Día de Diana o de Roberto o de Leningrado o de Las islas Marías o de la Tortuga Carey o de alguna otra especie con nombre extraño, comentaban a la hora de la comida. Y entonces seguían la vida normal, con un suspiro escueto que se perdía entre lo cotidiano, y se olvidaban, y pasaban como si nada, como si ellos mismos fueran los desaparecidos y caminaran entre calles fantasmas y gente y árboles que ya no eran más. Y entonces, en las noches, mientras se miraban a detalle los brazos, las manos, las líneas de las manos y confirmaban con un vistazo frente al espejo su reflejo, y se metían entre las sábanas y se abrazaban, porque qué más puede hacer uno en el lugar de las desapariciones, tenían un poco de certeza de estar ahí, de seguir ahí, aún visibles, aún.

Sinfonía del delirio
1. Nos hemos quedado dentro, como dos desaparecidos que se comunican de a ratos con el mundo. Hemos cerrado las puertas de la casa. El infierno son los otros, dice Sartre.
Abajo de los sueños estamos nosotros, los confinados. Hemos salido del mundo para encontrarnos. Las casas son objetos de deslave interno, mascullan hiel o mieles, dependiendo de la hora en que se entra.
Atracamos la nave, bajamos el ancla al fondo de los océanos. Hablamos quedo, como si tuviéramos un altavoz entre nosotros, como si el virus respetara los silencios. Dice Gonçalo Tavares que, hasta las partículas más pequeñas, como los virus, emiten un sonido cuando chocan con los objetos. No queremos despertar al monstruo. Ahora somos los objetos. Silencio.
2. “El miedo actúa como un mamífero. El amor, en cambio, como un virus: se injerta; se reproduce sin razón; se adueña de su huésped egoístamente sin consideraciones de especie, taxonomía o salud; es simbiótico. El amor es un virus poderoso”, vuelve a decir, Julián Herbert.
3. Perdimos el conteo de los días, nos imaginamos como aquel personaje de Morselli, que calculaba el tiempo a través del moho de un queso echado a perder en aquel mundo desaparecido que escribió antes de matarse.
4. Encierro sobre sí mismo, escritura, repetición: un poema de William Carlos Williams:
Es difícil
sacar noticias de un poema
pero los hombres todos los días
mueren miserablemente
por no tener aquello que
tienen los poemas.
5. Leí que la cantidad de componentes del genoma humano de tipo virósico representa casi la mitad de nuestro ADN[1].
6. Las moscas son seres breves que pueden vivir en el fango, igual que en las fauces de un muerto o dentro de un pastel de tres leches. Tienen dos ojos con miles de receptores que captan el mundo como si fuera un mosaico en 360°. No pueden masticar ni morder, pero sí succionar, lamer o perforar. Pueden degustar los lugares donde posan sus patas, porque saborean, huelen y sienten con todo su cuerpo.
Para Monterroso eran un tema tan importante como la muerte y el amor. Para Duras, la representación de su propia brevedad, de su propia inminencia a la muerte en soledad.
7. ¿Quién se atrevió a decir que el mundo era bello? Montones de basura desperdigada en los desiertos, especies extintas, personas que se tambaleaban en las calles por un pedazo de comida, hombres que no veían el sol pegados a un ordenador, sueños idos en alfombras de mugre, guerras, niñas sin pan, sin hogar, desmembradas a la luz del día. Ecocidios, miseria humana. El mundo no era bello. Era, un camino dantesco a la muerte.
8. Prohibido suicidarse, decía aquel letrero en el bosque.
9. La muerte es trámite, burocracia e intercambio monetario.
La muerte es una fila a las 12 de la tarde en el seguro social.
Es un recurso bancario para pagar una casa de tres pisos.
La muerte es un borracho que baila en el desierto de Atacama.
Una crucecita en un centro turístico.
Unas margaritas marchitas en la carretera.
La muerte tiene la precisión de un reloj londinense,
de un corte argentino.
La seguridad de un médico con un estetoscopio.
La blancura de una camilla en medio del pasillo.
Lo absurdo de tres girones de salsa a mitad del llanto de la sala de espera.
Lo hermoso de dos caballos en el océano.
La muerte es la tierra habitada,
una carcajada siniestra de la vida.
10. Nuestra galaxia es apenas un silbido en el espacio,
un sueño que hemos tenido.
Vagamos entre lo más chico y lo más grande.
Seres humanos intermedios, entre dos puntos, a mitad de todo.
La reyerta del mundo nos busca de noche
como fiera se desangra y como fiera se le encienden los ojos.
Hemos llegado más lejos de lo que creímos,
¿en qué momento se apagará la estrella?
Aquí nos bajamos, en la niebla, a mitad del mundo.
La reyerta nos espera, es un animal herido,
el sonido de los pastizales al viento,
la luz golpeada por la sangre de los muertos.
11. “Siempre me apresuro a retirar la mirada de los objetos a punto de desaparecer. Nunca he podido mirarlos hasta el último momento. Me refiero a esto cuando digo que desapareció. Con la mirada en otra parte yo seguía pensando en él. Me decía se va haciendo pequeño, se va haciendo pequeño.”, dice Samuel Beckett.
[1] Leído en Canción de tumba de Julián Herbert

Réquiem
Yo pienso, enuncia el poeta.
Las ideas son depósitos turbios,
grumos oscuros y viscosos,
engrudo que pega las arterias de este cuerpo.
No sé caminar si no al vacío,
hacia las yerbas del amor putrefacto
que nacen de estanques y pantanos.
¿Quién dijo ámame por no llorar?
¿Quién vino sólo a mirar el jardín,
a resistir una gota de lluvia en el espinazo?
No sé cuál de todas habla
cuál de todas me nombra
a lo oscuro.
Voy errante
hacia el río que ha de llevarme a Beatriz.
¿Alguien sabe, acaso, quién fue Dante,
quién Virgilio?
Si usted conoce esas aguas, anúncielo,
es urgente que lo grite.
Aúllo con todo el cuerpo,
aquí ha quedado un organismo
que grazna la tierra.
Alfombra desmembrada
para los vivos,
aquí me encuentran,
todavía.
Aquí, más abajo de la tierra,
mis manos rasgan el miedo
y de mi boca nace un chirrido de ave
como de un nido de angustia.
Pasen, aquí un bulto con nombre y apellido
ha anunciado su ausencia.
Bienvenidos, sean.
Adelante, caminen, ábranse paso
entre los gusanos.

Tornasol
¡Universo, Universo!, ¡cómo nos vamos borrando,
Universo, tú y yo, simultáneamente!
Pablo de Rokha
Se va haciendo visible un cuerpo entre el agua cristalina y aluzada, un cuerpo de mujer que emerge desde el fondo. Primero los pezones oscuros y después el contorno de un cuerpo blanco que termina por flotar en la superficie en la que se refleja el sol. Pareciera una película de Lynch, con alguna canción gringa de fondo, una extranjería. Pero esta no es ninguna toma con cambio de plano secuencia, no es una escena vista en algún cine, y tampoco es un cuadro de Paul Delaroche.
El agua es transparente, las ondas que hace el viento, mientras pasa por encima, dibujan rayas luminosas, amarillas, con destellos brillantes. Hay algunos peces que buscan alimento y libélulas con alas tornasoladas. Es un buen día para la pesca, para ir de campo o para salir al parque con un libro. El agua que golpea con la orilla y mueve las rocas es la melodía de un día acompasado y tranquilo. Los insectos y los pájaros suenan como cada día, no se percatan de ese cuerpo intruso en el agua. Nadie ha advertido que no ha llegado a casa esa mañana y que flota dentro del compás de un día hermoso, en el río de un pueblo cercano. No ha llamado nadie a su puerta. No le han gritado desde una ventana. Y nadie, ese día, ha pensado en ella como un recuerdo lejano y frío.
Pronto le escribirán un mensaje y otro, y harán unas cuantas llamadas, y más tarde irán a buscarla a un lado y después a uno más y, por último, a una casa inmóvil y en silencio, atravesada por halos de sueños y papeles y libros dispersos en la sala. Prenderán las luces y verán la ausencia y marcarán de nueva cuenta un mismo número y buscarán algún indicio entre paredes que se hacen más pequeñas cada vez, entre el aire que no podrá ser el mismo. Adivinarán que hay algo definitivo, una vuelta sin retorno. Otros dirán que Lilia está bien, que es cuestión de buscar y encontrarla, y aprenderán durante varias horas a creerlo y a buscar, hasta que más tarde, dos días después, encuentren el olor a Lilia, lo hinchado y lo morado de Lilia, y hagan una incisión en su cuerpo y descubran que es ella, los sueños entre los papeles y el no retorno en el aire, mientras la luz, otra vez, cae sobre esas aguas y las ondas reflejan y los peces pasan y las libélulas vuelven a posarse en las plantas y los pájaros cantan.
